Metodología de Eugène Viollet-le-Duc

Jesús Tejada Villarreal



Figura 1. Estado del interior del templo de San Juan Bautista de Tlayacapan al término del siglo XIX. Considero que una restauración en la situación actual del conjunto abre una oportunidad para buscar establecerlo en un estado ideal, según los estilos más propios de sus espacios y según las doctrinas de Viollet-le-Duc, ya fuera el Neoclásico en la nave y el Barroco en el convento, pues estos son los estilos ideados para dignificar esos espacios, perdiendo sus rasgos con el devenir del tiempo.
Imagen tomada de Kubler (1992).

 

El templo y ex convento de San Juan Bautista se ubica en la localidad de Tlayacapan, Morelos, y es obra material de los primeros apóstoles agustinos arribados a la Nueva España en 1533, que fundaron su primera casa en el cercano poblado de Ocuituco. Previo a la derrota de la capital mexica en 1521, Tlayacapan había sido un centro económico importante, pues era el paso a la capital mexica desde los pueblos del sur.

Cuando se procedió a la instrucción de los naturales por parte de los religiosos de la Orden de N. P. San Agustín, se fundó la doctrina al tiempo de su arribo a la región, teniendo un modesto templo que, por la importancia del lugar, ostentó desde su origen el rango de vicaría y dispuso de un convento de reducidas dimensiones, mientras se construía el definitivo, que se erigió en 1554 —en tiempos del P. Fr. Vertabillo—, que ya contaba con una comunidad de frailes que lo ocuparon desde su dedicación; no fue sino hasta la época del P. Fr. Medina Rincón cuando se elevó al rango de priorato, cuando tuvo como primer prior de la comunidad al P. Fr. Juan de Contreras. Tras haber crecido, haberse embellecido y adquirido mucho de su fisionomía actual, tras 200 años al amparo y de servicio a la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de México y al pueblo de Tlayacapan, tuvo que entregarse, penosamente, al clero secular durante la secularización de doctrinas, cuando el convento tuvo como último superior al P. Fr Antonio Flores en el año de 1754 (Ruiz Zabala, 1984, pp. 375-377).

Debido al sismo del 19 de septiembre de 2017, este templo, como muchos otros inmuebles religiosos considerados patrimonio de la nación y de la humanidad en el estado de Morelos y otras entidades aledañas, sufrió terribles daños.

De continuar formando parte de los bienes terrenales de la iglesia según la legislación propia (Código de Derecho Canónico, 2005, cánones 1254-1261) y, por lo menos, la legislación civil anterior a las leyes de Reforma y la Constitución de 1857 —a mi juicio, nefastas y heréticas—, estos inmuebles podrían devolverse a condiciones adecuadas de uso, según el juicio y los criterios propios de la Iglesia a través de sus instancias, como las comisiones de arte sacro, de orden y decoro, entre otras (Misal romano, 2006, núm. 256), e incluso según el criterio de quien pudiese ser el titular de la casa (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, s. f.), de forma independiente a la potestad civil, como solía hacerse en siglos pretéritos.

La guía de la Iglesia en la intervención de sus inmuebles se refleja en las diversas etapas constructivas, sobreposición de estructuras o amalgama de estilos, evidentes o no, en este tipo de edificaciones religiosas; sin embargo, los juicios críticos de entonces y la falta de formación en este rubro derivaron incluso en la pérdida y afectación del patrimonio, como sucedió con las joyas barrocas a la llegada de la moda neoclásica, convirtiéndose la Iglesia, muy vergonzosamente, en promotora de la lapidación de un arte genuinamente mexicano (Tovar de Teresa, 1992). Esto se observa en el templo de San Juan Bautista de Tlayacapan, donde se ocultaron sus pinturas murales, recuerdo de los religiosos moradores del convento, borrando las huellas del Barroco que otrora lució soberbiamente. Esta destrucción fue reprobada por Guillermo Tovar de Teresa, quien la ubicó como un primer momento de destrucción patrimonial en México en el que la Iglesia fue partícipe y promotora, ciega y desconocedora de las joyas artísticas que alguna vez poseyó (Tovar de Teresa, 1992).

Por lo anterior cabe mencionar y enfatizar que aún al interior de la Iglesia es necesaria la plena identificación del patrimonio a su cuidado y, con esto, su valoración y procuración, evitando su detrimento, manteniendo estos elementos vivos dentro de sus comunidades (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, s. f.). Con esto, la Iglesia se vería mayormente enriquecida —en el ámbito terrenal—, al poder mostrarse como un conglomerado patrimonial que en su cara artística sea propicio para acercar al hombre a Dios, como ha sido el propósito de las manifestaciones artísticas en el seno de la Madre Iglesia (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, s. f., núm. 122; Misal romano, 2006, núm. 254).

Sin embargo, con el triunfo de los liberales la Iglesia se vio privada de la capacidad de administrar lo que fuera su patrimonio, lo cual condenó en ese momento S. S. Pío IX (Índice de los principales errores, s. f., s. p.), pues esto mermaba a quienes dirigían las casas al momento de requerir la plena disposición del inmueble, como solía suceder. Lo anterior era muy absurdo, pues, desde mi punto de vista, estos inmuebles son realmente propiedad de la Iglesia, por haber sido edificados por esta sagrada institución, anterior a la conformación del Estado mexicano, en un periodo previo a la existencia de la nación mexicana y cualesquiera de sus legislaciones como país independiente. Esto se vio agravado al término de la torpe e ineficaz Revolución mexicana, pues la nueva Constitución continuó imposibilitando a la Iglesia respecto de la administración de aquellos bienes (Constitución Política, art. 27, ap. II) que desde tiempos de Comonfort han estado en manos de la Iglesia en calidad de préstamo (los que para mí fueron vil y avariciosamente robados por el bando liberal, pues aquella no otorgó su consentimiento ni fue indemnizada ante sus pérdidas) (López Ríos, 2010, pp. 127-144).

Con esto, los bienes terrenales de la Madre Iglesia sobrevivientes del Neoclásico y la Reforma liberal se convirtieron en propiedad de la nación ¬—en la figura de las élites políticas—, según la legislación en turno y, por su naturaleza se incluyeron en la ley referente a la preservación del patrimonio histórico del que goza la nación mexicana (Ley Federal sobre Monumentos), otorgando, así, cierto grado de protección a bienes como el conjunto de San Juan Bautista de Tlayacapan.

Al limitar la legislación civil el respeto y el acatamiento de la Iglesia para con las autoridades civiles, impide que los inmuebles netamente religiosos sean administrados en lo material por el clero, ya fuera secular o regular, sino que, por su categoría, obliga a tratarlos desde un punto de vista conveniente según el rubro académico-institucional al que el gobierno mexicano ha decidido confiarle esta tarea.

En el Viejo Mundo la comunidad intelectual y académica prestó atención a los inmuebles artísticos, transmisores de la espiritualidad del pasado —no todos fruto de la religiosidad, pero sí una gran mayoría—, y, como la historia lo evidenció, las noticias llegaban a América con retraso, de modo que, al tiempo en que figuras prominentes en el campo de la restauración como Camilo Boito o Eugène Viollet-le-Duc se preocupaban, cada cual a su manera, por la conservación y el rescate de inmuebles, en México se desmoronaban campanarios, conventos y se hacían piras con retablos.

No es posible conservar San Juan Bautista de Tlayacapan en el estado de detrimento que le causó el sismo del 19 de septiembre, porque se trataría de la preservación de una ruina, y no de un edificio en uso.

Aunque tradicionalmente los templos han sufrido renovaciones, este ha lucido una imagen que trasciende la memoria colectiva de la iglesia peregrina en Tlayacapan por alrededor de 160 años, desde la aplicación de las Leyes de Reforma hasta el día del sismo mencionado, de modo que la feligresía ha asimilado una imagen estable del templo, que, al no cambiar en su forma material, ayuda a dar cohesión a las brechas generacionales: es un elemento inmutable con el devenir de los años que les sirve primordialmente como manifestación viva de la fe de la Iglesia que allí reside (Catecismo de la Iglesia católica (s. f., s. p.).

Por lo anterior, si la Iglesia hoy en día no cuenta con las autorizaciones correspondientes para la administración material del inmueble, ni con un personal formado ex profeso para atender situaciones como esta, quienes sí se hallan facultados para la realización de estas tareas deben ser respetuosos y comprometerse con las necesidades y exigencias devocionales de la Iglesia. No se debe perder de vista el hecho de que se trabaja por la comunidad que allí reside, la que difícilmente podrá asimilar una imagen de su templo con alguna “restauración parcial o evidencia de restauración” que desvirtúe el edificio de su uso para el culto público, o que incumpla las demandas del decoro correspondiente con la dignidad de la edificación y de la Madre Iglesia (Código de derecho canónico, cánones 1216, 1220; Misal romano, 2006, núm. 253; Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, núm. 122-124). Las intervenciones parciales que den más relevancia al sismo que a la función, el juicio y las necesidades de la Iglesia constituirían una solución mediocre y, en tal caso, más le valdría al conjunto haberse desplomado por completo y convertirse en una montaña de escombros.

Por lo anterior, la restauración de San Juan Bautista de Tlayacapan debe abordarse considerando que es un inmueble que requiere volverse al uso con que fue concebido por los frailes agustinos y que la legislación civil le ha permitido continuar; asimismo, que no es posible una restauración a medias o al capricho de quien se le confiera esta tarea, sino que debe hacerse conforme a las necesidades inmediatas del titular del templo y de la iglesia que allí peregrina, teniendo como primera meta el restablecimiento del culto al interior de la nave, que se pueda mantener la vida litúrgica del conjunto a través de todos sus elementos y que el convento pueda incluso habitarse.

En este punto, primero debe asegurarse la estabilidad y la seguridad estructural según las técnicas más eficaces y acordes con la naturaleza de los materiales constitutivos de sus muros y bóvedas; ya luego podrían deliberarse las posturas que se refieren a lo estético.

 

Teoría y metodología de Eugéne Viollet-le-Duc

Eugéne E. Viollet-le-Duc, arquitecto y restaurador francés del siglo XIX, desarrolla su propuesta respondiendo a las demoliciones ocurridas durante la Revolución francesa, que destruyeron numerosos edificios medievales, que se añadían a las pérdidas producto de la falta de conocimiento, respeto e incomprensión de la naturaleza de los inmuebles. Este arquitecto es una referencia imprescindible para la historia de la restauración, pues plantea una de las primeras definiciones de restauración y reúne por primera vez de modo metódico principios de una teoría de restauración arquitectónica que puso en ejecución en numerosos edificios medievales, cuya restauración estuvo bajo su dirección (González Varas, 2001, pp. 64-73).

Su teoría fue la de la restauración estilística, gestada en el marco del florecimiento de la ciencia positivista que le hizo posible sostener que la evolución de las artes se sometía a un esquema de clasificaciones según estilos y épocas, y que “Restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que quizá no haya existido nunca”. Del mismo modo, su método fue paralelo al de disciplinas como la filología, la geología, la anatomía, la fisiología o la paleontología, e implicaba investigaciones históricas y arqueológicas elaboradas desde el método analítico, coordinando los datos extraídos de las observaciones y comparaciones entre las obras según leyes específicas de evolución de los estilos e implicaba, por lo tanto, el estudio riguroso del monumento que había que intervenir, considerando el pensamiento histórico como una forma de pensamiento científico (González Varas, 2001, pp. 64-73).

Por medio de la restauración estilística se buscaba completar una obra incompleta, independientemente de las modificaciones experimentadas a lo largo de su historia, atendiendo a la originalidad de estilo (valor histórico) y la unidad de estilo (valor de novedad). El valor histórico dota de máximo valor al estilo original de la obra de arte, hasta incluso admitir la eliminación de transformaciones para recuperar un pretendido estado original. El valor de novedad o unidad de estilo busca que ese estado completo de la obra adquiera un estado “completo, perfecto y cerrado” tras la restauración, es decir, incluso mejor que nueva (González Varas, 2001, pp. 64-73).

Con base en el proceder metodológico positivista desarrollado por Viollet-le-Duc se consideraba factible “recuperar un estado completo” recobrando y deduciendo elementos perdidos o deteriorados, al convertir la arquitectura en un objeto de estudio científico, y las acciones se determinaban con base en el conocimiento logrado progresivamente a través de la acumulación de experiencias y saberes (González Varas, 2001, pp. 64-73).

El inmueble de San Juan Bautista Tlayacapan, al no haber sido ideado en un solo momento, sino, conforme las necesidades y recursos disponibles, y construido en diferentes tiempos, no obedece totalmente a un estilo definido; una restauración abordada desde la propuesta de Eugène Viollet-le-Duc ofrecería la posibilidad de darle al inmueble rasgos o elementos que jamás tuvo; sin embargo, con límites como los expuestos por su antagonista John Ruskin, reprimiendo la creatividad para adaptarse a los requerimientos de la sociedad, en este caso, a la iglesia de Tlayacapan sería de utilidad, pues el conjunto presenta sobreposición de estilos, evidenciados en la pintura mural aún existente, el claustro con reminiscencias góticas, la portada plateresca y el interior de la nave con un muy sobrio neoclásico. Considero que una restauración integradora desde un punto de vista cercano al de Viollet-le-Duc podría enriquecer los espacios dignificándolos según el estilo predominante en ellos; por ejemplo, podría optarse por tornar la nave completamente al neoclásico, no solo limitándose a su retablo sino unificando sus rasgos ornamentales, pues el aspecto que luce hoy en día no define un estilo en particular.

Desde mi postura respecto de la dignidad del inmueble como parte de la Iglesia y atendiendo la propuesta de Viollet-le-Duc, sabiendo que el convento se halla privado de sus almenas en gran parte del conjunto (Toussaint, 1972, p. 38), me parecería adecuada la completa restitución de almenas, no dejando lugar donde falte alguna, a semejanza del trabajo de Manuel Tolsá en la Catedral Primada, donde colocó balaustradas en cualquier superficie que lo permitiese, dando cohesión a los rasgos estilísticos de aquel monumento; así pues, aquí, a pesar de no tener más de un rasgo notable en todo su exterior, se serviría para restituir la imagen de la fortaleza espiritual, un cuartel desde donde los frailes conducían la conversión de los naturales a la única fe verdadera. En el mismo tenor, resulta de gran importancia la espadaña o un elemento arquitectónico que brinde lugar a las necesarias campanas, esquilas, esquilón y timbalitos. La espadaña sufrió graves daños por el pasado sismo; la necesidad de comunicación y producción de sonido obliga a su recuperación total según lucía al tiempo del temblor y como otrora solían renovarse estos conjuntos tras siniestros de esta categoría.

También en pos de la unificación de estilos podría buscarse, en la medida de lo posible, la restitución de los retablos laterales, ya neoclásicos, de los cuales aún sobrevive rastro de su aspecto, de modo que hasta cierto punto se contaría con evidencia fiable. Si no fuera posible la restitución de los otros retablos, sería laudable que en esta búsqueda de uniformidad a los nichos y encasamientos de las imágenes que dispone el templo se les diera un espacio que estuviera en armonía con el resto del templo y del estilo neoclásico que en él impera, pudiendo considerar quizá ya no retablos de gran formato, pero sí pequeños elementos, como peanas, frisos, molduras, yesería, dorar las estrías de las columnas, incluso, sustituyendo las simples vidrieras por otras de mayor calidad y dignidad, como las del Santuario Nacional del Señor de Chalma, donde, con motivo de su renovación al neoclásico, se reemplazaron por unas de gran calidad, y que contribuyen a realzar el estilo predominante del templo. Estas acciones pueden contribuir profundamente a alcanzar el modelo del neoclásico al interior del templo.

En el marco de la restauración estilística también podría dársele continuidad a la pintura mural, aun sin tener que deshacerse de las capas que la cubren, sino siguiendo los patrones, y buscando darle continuidad a estos vestigios, pues creo que la cantidad expuesta resulta poco digna, en tanto que se percibe como incompleta, como una irrupción en el muro. La pintura ayuda a entender el significado de los espacios arquitectónicos: coro, sotocoro, un corredor del claustro, refectorio o una celda. De acuerdo con la metodología de Viollet-le-Duc, con suficiente conocimiento de la obra y evidencia material sería posible restituir la pintura que el inmueble poseyó en tiempos de los frailes, para replicarla en los lugares donde por vicisitudes diversas ya no se encuentra, pudiéndosele dar realce a la figura de san Juan Bautista, patrón del conjunto, cuya insigne vida de santidad y culmen con su glorioso martirio da mucha tela de donde cortar. Además, podrían colocarse motivos alusivos al mensaje salvífico de la Iglesia, iconografía eucarística u otros rasgos que brindasen al templo un aspecto más rico y cercano al modelo ideal pensado por los frailes.

Esto podría ser ventajoso, pues se dejarían ver rasgos propicios para la manifestación iconográfica de la Iglesia y, en especial, de las órdenes mendicantes, pues no dejan de tener vigencia; los mensajes plasmados en esos muros son de alcances universales, pues son la manifestación física del mensaje salvífico de la Iglesia que, al tiempo que embellecen el recinto, traen al presente las intenciones de grandeza y suntuosidad con que los frailes le concibieron, y los rasgos con los que ellos vivieron y plasmaron en los muros.

De ejecutarse correctamente la interacción de rasgos tan distintos, como la pintura de los frailes y el frío neoclásico, le imprimiría un carácter propio al inmueble. A pesar de que esta interacción de estilos no sería tan bien vista por Viollet-le-Duc, creo que en México esta precisa interacción entre el barroco u otro estilo y el neoclásico permite crear atmósferas artísticas únicas, como sucede por ejemplo en los templos del Imperial Santo Domingo de México, en Santa Clara de Querétaro, Santa Rosa de Viterbo, en la misma localidad, e incluso en la Iglesia Matriz, la Primada de México, donde por lo menos antes de 1950 aún convivía el magnífico ciprés neoclásico de Lorenzo de la Hidalga con el impresionante retablo barroco de los Reyes, obra de Jerónimo de Balbás, evidenciando que sí es posible la interacción armónica entre estilos, en tanto uno no pretenda destruir al otro. En Tlayacapan, en ausencia de retablos barrocos laterales, tras haber rescatado o restituido la pintura mural al interior de la nave podría dársele al cuerpo del templo la imagen más próxima a como lució en tiempos de los frailes, mientras que la totalidad del presbiterio gozara de un neoclásico más refinado, pudiendo equipararse con la riqueza del ornato original del templo y, con ello, no ser desvirtuado uno por otro.

Por lo anterior, considero que la teoría y la metodología de Viollet-le-Duc serían convenientes para San Juan Bautista de Tlayacapan, aunque moderada y muy bien fundamentada en la mayor y más rigurosa investigación y entendimiento del conjunto arquitectónico, de sus estilos, materiales y técnicas, sin una aplicación radical, pues eso arrastraría al conjunto hacia un pasado poco claro en el que se incurriría en falsificaciones, en vez de llevarle a un estado más pleno y completo a partir de la consideración de los rasgos ya existentes en él. Ese estado completo no se tenía incluso antes del sismo por diferentes circunstancias y fue destruido por este, pero sería muy adecuado para que recuperara su dignidad física y espiritual por medio de las bellas artes poder convertirse en digno recinto donde la Madre Iglesia pueda continuar ejerciendo su sagrado ministerio en favor de la salvación de las almas, para mayor gloria de Dios.

 

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Como citar esta colaboración:
Apellido, nombre (año), “Título del artículo”, en Archivo Churubusco, año 2, número 4, disponible en -dirección en internet-, consultado -día, mes, año-.



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