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Conservación, metodología de tratamiento*

Barbara Appelbaum
Traducción: Jannen Contreras

Los restauradores tenemos un trabajo difícil, trabajamos una variedad de objetos que son propiedad de diferentes dueños, y al hacerlo seguimos una serie de restricciones éticas que el propietario desconoce. Dedicamos nuestra vida profesional a preservar para la “eternidad” objetos que asumimos como patrimonio del mundo, aun cuando sus custodios los usan, los exhiben y a veces los aman hasta la muerte.

Intervenimos famosas obras de arte del mismo modo que posesiones familiares que a nadie, fuera de la familia, le importan. Intervenimos masas de piedra de diez toneladas e hilos microscópicos con hongos muertos hace tiempo. Los objetos con que tratamos tienen características físicas únicas que son virtualmente imposibles de discernir, y pocos de nosotros tenemos el acceso a los análisis científicos que nos permitan entenderlas.

Nuestro sustento depende de custodios que ni siquiera se imaginan de qué es la conservación, y no tienen forma de distinguir lo que es bueno de lo que es malo.

Con frecuencia nos sentimos atraídos en diferentes direcciones al mismo tiempo: queremos hacer lo que piden los custodios, quitar las manchas viejas o hacer que un objeto frágil esté tan seguro como para una exposición itinerante por el mundo. También evitamos cualquier tratamiento que pueda afectar al objeto, incluso en escala microscópica, y nos preguntamos si los cambios no serán evidentes por un siglo o más.

Además de eso, nos aterra la posibilidad de haber tomado decisiones incorrectas, y a veces nos quedamos congelados en la inacción por el miedo a ser criticados, al margen de la decisión que tomemos. Si “arreglamos” las marcas del tiempo, desaparecemos –alteramos– la historia del objeto, pero si no lo hacemos, dejamos de lado la intención del autor. Si realizamos un tratamiento más invasivo, éste puede no ser reversible, pero si no lo hacemos el objeto puede seguir vulnerable al daño.

Nuestra incertidumbre acerca de si estamos tomando las mejores decisiones sólo aumenta conforme nuestra profesión se hace cargo de una mayor diversidad de objetos, en una siempre creciente variedad de contextos. La tarea se complica aún más en un clima intelectual posmoderno que pregunta cosas como: ¿qué significa “mejor”?, ¿qué es arte?, ¿los prejuicios culturales de nuestra mentalidad eurocentrista posilustrada afectan nuestra toma de decisiones?, ¿cómo asumir la ética de la conservación en un mundo multicultural?

La formación en conservación-restauración ha estado basada en los materiales que conforman los objetos, aun cuando nuestros dilemas no son principalmente materiales. Podemos solucionar las fracturas de una pintura en veinte pasos, sabemos cómo arreglar grietas y retirar mugre de superficies frágiles, pero las preguntas más difíciles no son acerca de lo que podemos hacer, si no de lo que debemos hacer. Los códigos de ética señalan que los tratamientos deben ser apropiados. ¿Apropiado exactamente para qué? No tenemos formación, ni siquiera terminología, para abordar esos aspectos “no materiales”.

Mucha de la terminología y de los conceptos usados para discutir los aspectos no materiales de los objetos en este texto se adoptaron con base en el estudio de la literatura de las ciencias sociales, una fuente muy rica para entender sobre la relación de los objetos con los seres humanos. Alguno simples axiomas constituyen la base de los aspectos no materiales del trabajo de conservación-restauración, del mismo modo que los principios de las ciencias duras soportan el aspecto material.

  1. Los objetos tienen diferentes significados para diferentes personas. Las diferencias son derivadas de la cultura, la personalidad individual, la clase social, y la conexión personal del dueño con el objeto en cuestión.
  2. Las instituciones que custodian o poseen los objetos les otorgan un significado con base en sus objetivos y programas.
  3. El significado que tienen los objetos para sus custodios y para la sociedad en general, debe orientar el objetivo del tratamiento.

La metodología

No existen líneas claras que definan todo el tiempo, ni en todos los casos, los límites entre los tratamientos correctos y los incorrectos. Cada objeto y cada contexto deben ser evaluados en forma individual, y cada decisión implica realizar juicios de valor. Este libro presenta un camino posible para pasar por el pantanoso camino que constituyen las conflictivas demandas y difíciles decisiones que enfrenta el restaurador cada vez que toma un objeto para su intervención. Describe una metodología sistemática para todos los tipos de tratamientos de intervención, e involucra los asuntos relevantes para la toma de decisiones en los tratamientos.

La metodología consiste en ocho pasos:

  1. Caracterización del objeto.
  2. Reconstrucción de la historia del objeto.
  3. Determinación del estado ideal del objeto.
  4. Establecer un objetivo de intervención realista para el objeto.
  5. Elegir los métodos y materiales para el tratamiento.
  6. Constituir la documentación previa al tratamiento.
  7. Realización del tratamiento.
  8. Preparación de la documentación final del tratamiento.

Mucho del material novedoso en este libro se encuentra en los primeros cuatro pasos. Éstos incluyen el acopio, análisis y organización de una amplia gama de información material y no material, lo cual brinda una base manifiesta y mutuamente convenida para las decisiones más técnicas que seguirán después. Los pasos del 5 al 8 son el pan de cada día de los restauradores, y constituyen la materia de la mayoría de la literatura de conservación-restauración relacionada con los tratamientos.

El paso 1 es la caracterización del objeto. Esto involucra no sólo el examen físico estándar, sino también un cuestionamiento sobre los valores que implica el objeto para el custodio y otros involucrados, y una investigación de la información cultural.

Reconstruir la historia completa del objeto es el paso 2 y lleva a la elección del estado ideal del objeto en el paso 3. El estado ideal es ese estado pasado del objeto con el mayor significado para sus dueños o usuarios actuales, y sirve como base para establecer el objetivo de intervención realista que constituye el paso 4 (objetivos de intervención).

Una vez que se completan los cuatro primeros pasos, estamos preparados para planear y después ejecutar una intervención. Sin estos pasos, nos arriesgamos a realizar tratamientos que si bien técnicamente serían incuestionables, pueden ser inconvenientes para el objeto o sus custodios.

Una ventaja particular de esta metodología son los protocolos para incorporar cuestiones no materiales en la toma de decisiones para los tratamientos de intervención. Los restauradores tendemos a estar particularmente cómodos en el ámbito de los práctico; intercambiando información acerca de las técnicas, herramientas y equipo. Los aspectos de lo intangible involucrados en la toma de decisiones son frecuentemente considerados como obvios.

La típica documentación de la intervención se enfoca en lo que está mal respecto del objeto y cómo esas condiciones pueden ser modificadas; este tipo de acercamiento ignora preguntas como: ¿cómo querría el custodio del objeto que éste luciera?, ¿debería lucir como nuevo, definitivamente no debe lucir como nuevo, o sólo debe lucir mejor (como lo expresan algunos custodios)?, ¿qué es lo que significa “mejor”?, ¿deberían de repararse u ocultarse algunos tipos de alteración, o son efectos deseables para la historia del objeto?, ¿en general, qué impacto tiene la historia del objeto en su tratamiento?

La metodología aborda de manera sistemática estas cuestiones, frecuentemente inquietantes, al observar la naturaleza subyacente de los efectos que motivan la intervención de los objetos. La intervención es una interpretación escogida para acentuar un significado por el que el objeto es valorado, y que se ajusta a su posible condición futura. Esa interpretación está basada en uno de sus estados: su estado ideal.

Muchos de los asuntos que coadyuvan en el proceso de toma de decisiones caen en un espacio entre el mundo material de los restauradores y el mundo cultural de las ciencias sociales, y por lo tanto no se ubican en la terminología de ninguno de los dos. Este texto se introduce en la terminología para llenar ese espacio y para facilitar la comunicación entre restauradores, y entre restauradores con personas ajenas a este campo.

Un punto focal de la metodología se ubica en los múltiples roles que tienen los custodios en el proceso de toma de decisiones. Los custodios son una fuente importante de información acerca del objeto y su historia, también proveen información sobre el futuro del objeto, sus preferencias estéticas, y de los recursos disponibles tanto para la etapa de intervención como para el cuidado post intervención. El restaurador debe, por su parte, proveerles con información suficiente sobre las posibilidades de los tratamientos de intervención, para que puedan tomar decisiones informadas. El enfoque sistemático de la metodología en las necesidades de los dueños, custodios, u otros capaces de tomar decisiones, ayuda a los restauradores a definir más claramente sus objetivos de intervención, y trabajar con aquéllos no familiarizados con la conservación-restauración.

Los ocho pasos de la metodología representan una nueva forma de organizar mucho de lo que los restauradores ya hacíamos. Parte de los pasos han sido llevados a cabo por muchos restauradores por bastante tiempo. Sin embargo, no se había sugerido un solo proceso para la toma de decisiones [al menos no por escrito] y la terminología del libro será nueva para muchos. Esta metodología provee una forma de asegurar que todos los puntos relevantes sean considerados explícitamente en cada tratamiento; esto beneficia al objeto, al custodio y al restaurador.

Aplicabilidad universal

La metodología aquí propuesta aborda el amplio espectro de asuntos que surgen en la práctica de la restauración, con independencia del tipo de objeto, su ubicación y uso. Aunque los restauradores que trabajan en diversos tipos de objetos tienden a enfocarse en aspectos distintos, todos esos aspectos tienen aplicaciones potenciales en todos los objetos. La metodología combina esas cuestiones –y las formas de resolverlas– en un solo paquete. Por supuesto, no es posible que cada cuestión dirija todos los tratamientos, pero sólo podemos saber qué cuestiones son relevantes hasta hacernos las preguntas acerca de cada objeto.

Por ejemplo, algunos restauradores de colecciones etnográficas observan de cerca las creencias religiosas de las culturas de origen 1. Los restauradores de archivos se enfocan en la preservación de la información contenida en lo objetos mientras preservan al objeto en sí. Los restauradores de arte, e Conservation Treatment Methodology, en particular aquéllos que intervienen obras de artistas famosos, están interesados en lo que el artista pensó acerca de su obra y en la identificación de sus materiales. Los restauradores de bienes industriales tienen especial interés en el desarrollo tecnológico involucrado en los objetos que tratan.

Ninguno de estos puntos es cualidad única de una especialidad de la conservación-restauración. Muchos objetos de una variedad de culturas tienen un origen religioso. Todos los objetos contienen información, al tiempo que tienen un valor como artefactos per se. Sus creadores pensaron en lo que estaban produciendo, y eligieron materiales y técnicas de elaboración de entre las que tenían disponibles, así que cada objeto incorpora la tecnología de su tiempo. Todos estos puntos deben de ser relevantes para cualquier tratamiento de conservación.

Muchas cuestiones, como aquéllas relacionadas con los objetos en uso, trascienden las diferentes especialidades. Por ejemplo, muchos objetos de religiones cristianas son exhibidos en museos de arte, pero los restauradores tratan otros muy similares que hoy se encuentran en uso. Entender cómo las intervenciones sobre ellos pueden diferir y cómo esas diferencias pueden aplicar a los objetos de otras religiones ayudará a los restauradores a sortear las muchas cuestiones relacionadas con el uso.

La metodología pone particular atención al uso actual de los objetos como una directriz para la toma de decisiones de intervención. Objetos de todo tipo son usados para diferentes propósitos, y un mismo tipo puede tener diferentes usos en función del lugar en que se encuentre. La exhibición es un uso, pero uno multifacético, ya que los objetos pueden ser exhibidos por diferentes razones. Objetos en colecciones de investigación o archivos tienen una amplia gama de usos, e incluso algunos pueden ser exhibidos. Los dueños privados tienen sus propias necesidades respecto del uso. En todos los casos, los tratamientos se deben ajustar tanto a las demandas físicas del ambiente futuro como a la interpretación del objeto.

Más posibilidades, más respuestas, mejores resultados

Alguna vez se le sugirió a la autora que una metodología prescrita podría hacer más difícil pensar fuera de lo establecido (Proctor 2001). Pasa exactamente lo contrario: pensar a través de cada tratamiento de intervención desde el principio nos previene de quedar atrapados en lo establecido, pues en realidad no hay nada establecido.

Una simple metodología no implica una uniformidad impuesta. Hacer la misma pregunta para todas las intervenciones necesariamente implica encontrar diferentes respuestas. Siempre nos debemos preguntar; ¿cuál debe ser el objetivo de mi intervención?, y si las respuestas son diferentes, entonces los diversos enfoques sobre cada tratamiento no son sólo aceptables, sino deseables. No es sólo que una metodología de intervención no imponga uniformidad, sino que cimenta qué lo adecuado para los diferentes resultados de acuerdo a las variables que trata cada intervención.

Un mismo objeto en diferentes contextos debe recibir diferentes tratamientos con base en sus distintos usos y significados. La respuesta sensible del restaurador a los aspectos físicos de los objetos en su contexto actual, su uso y significado son cruciales para lograr intervenciones óptimas. Que un objeto particular pueda recibir diferentes tratamientos en diferentes contextos no es una debilidad, es una fortaleza. Empezar desde puntos neutros y cada vez tomar decisiones desde cero, produce enfoques cada vez más diversos de los que suelen ser considerados en nuestros días.

Uno de mis estudiantes en alguna ocasión observó, con notable incomodidad, que considerar un tratamiento desde diferentes puntos de vista puede significar que no existe un modo correcto de intervenir un objeto en particular. El estudiante tenía razón. No obstante, los juicios sobre lo que se está bien o mal no pueden indicar la calidad de un tratamiento de conservación. La moralidad no es la cuestión.

Tampoco la ética es la cuestión. Los restauradores frecuentemente referimos los códigos de ética como guías; es decir, no hay duda de que los aspectos éticos definen la profesión de la conservación-restauración y nos distinguen de todas las otras personas que arreglan cosas. De cualquier manera los códigos éticos deben ser demasiado amplios, incluyen una amplia variedad de alternativas (AIC 1994; Grampp 1989:16-17, 35), indican límites que no se deben transgredir, pero con cada uno se acompaña una gama de opciones que son éticamente aceptables. Sin embargo, las opciones no son igualmente apropiadas. Los códigos éticos no proveen guía suficiente para elegir entre una variedad de tratamientos que podrían ser adecuados. Y usar el lenguaje de la ética como una guía ha originado el reprochable hábito de asumir que si una alternativa es éticamente adecuada las demás deben ser incorrectas o poco éticas. El lenguaje de la moralidad puede inhibir discusiones razonadas de puntos de vista en conflicto.

Es más probable que una discusión abierta y razonada sobre las formas en que el objeto ganará o perderá significado por una intervención propuesta, conduzca a un mejor resultado. Una intervención óptima descansa en las decisiones explícitas compartidas con las partes interesadas, no por la aplicación mecánica de patrones familiares y preconcebidos sobre el tratamiento. Una metodología uniforme provee el espacio estructurado en el que tienen lugar tales discusiones.

El objetivo de la intervención

La metodología aborda los dos principales objetivos de las intervenciones de conservación-restauración: preservación e interpretación. Con frecuencia la preservación es descrita como el objetivo primario de la disciplina de la conservación-restauración y parece recibir más atención, pero la preservación y la interpretación no deben –y no pueden– estar separadas.

Un término que emplean los economistas –utilidad– combina los beneficios de la intervención en una sola medida. La utilidad es el total de beneficios que la gente obtiene de los objetos multiplicado por el tiempo que tales beneficios se acumulan. Puesto de forma simple, el propósito de nuestras intervenciones es maximizar la utilidad del objeto. El mejoramiento inmediato del estado del objeto (interpretación) que resulta del tratamiento y el tiempo por el cual permanecerán esas mejoras (preservación) son factores equivalentes en la utilidad de un objeto intervenido: grado de mejora multiplicado por tiempo equivale a utilidad. El concepto de utilidad es probablemente la mejor medida que podemos encontrar para conocer la calidad de un tratamiento.

Los tratamientos que mejoran la estética, posibilidad de ser usado, o aumentan el periodo de vida de un objeto incrementan su utilidad. La intervención de las tapas rotas de un libro posibilita que se vuelva a leer. La intervención de frágiles paneles de mosaico que yacen horizontalmente en una bodega, permite que sean exhibidos de forma vertical. La intervención mejora la apariencia de un grabado manchado. Ralentizar el deterioro de un objeto incrementa su posibilidad de ser usado.

El objetivo general de la intervención de conservación es maximizar tanto la posibilidad de que un objeto sea usado como su longevidad. Uso y preservación no son antagonistas2. Un objeto que no puede ser usado –para investigación, exhibición, o cualquier otro uso físico o intelectual– no brinda ningún beneficio. La simple aritmética nos indica que es un objeto inútil, aún si dura para siempre, tiene cero utilidad.

Con esta consigna, admito estar caminando en hielo delgado. Los restauradores frecuentemente somos criticados –sólo la mitad de las veces en broma– de querer guardar todo el patrimonio cultural en una bóveda con ambiente controlado. Esas críticas tienen algo de razón. Queremos preservar los objetos para el futuro, pero ¿qué tan en el futuro tenemos que ir para saber si está bien que alguien los use? ¿Es ahora el futuro del que hablábamos el año pasado?

El uso de los objetos no es la antítesis de la preservación

Podemos ver hacia cuestiones de preservación y uso de una manera más global: de todas las cosas que los humanos han encontrado y hecho, algunas las han mantenido por muchos años, mientras otras las descartaron. Los individuos y las instituciones quieren mantener los objetos, y no quieren que se destruyan, tanto como los conservadores desean hacerlo. Estos usuarios no son nuestros enemigos. Pero nadie quiere gastar tiempo, esfuerzo y dinero para preservar cuartos llenos de cosas inútiles, rotas y sucias. Los custodios confían en los restauradores para hacer que sus objetos puedan ser usados y tengan mejor apariencia, se supone que la intervención de conservación-restauración proveerá la resistencia física para hacer que esas mejoras duren. El objetivo de la intervención es acentuar los valores, usos y significado que los objetos tienen para sus custodios y otros interesados en un futuro indefinido.

Asuntos de terminología

Este libro emplea el término “objeto” para describir todas las cosas que los restauradores intervienen, aun cuando “objeto” (en los países anglófonos) es usado por los restauradores para una categoría de entidades tridimensionales que no son pinturas, obras en papel, textiles y algunas otras cosas. El texto usa este término para cualquier cosa: desde pinturas, textiles y materiales celulósicos hasta cerámica, taxidermia y esquíes.

Parece no haber una solución ideal para este dilema de vocabulario.

El término “cultura material” a veces es empleado para describir los artefactos culturales que otros llaman “propiedad cultural”, “herencia cultural” o “patrimonio cultural”. Los términos propiedad y patrimonio han sido rechazados por ser considerados imperialistas y sexistas, en tanto que “herencia” incluye cosas no materiales como las danzas y las canciones. La “cultura material” incluye la preparación de comida, alteraciones en el paisaje y cambios en animales, personas y plantas causados por intervención humana.

El Instituto Americano de Conservación de Obras Históricas y Artísticas (AIC, por sus siglas en inglés) ha adoptado el término “propiedad cultural” en lugar de “objeto”, en parte porque los arquitectos-restauradores insisten en que un edificio no es un solo objeto, sino un conjunto de ellos. Los especímenes de historia natural, igual que los geológicos y biológicos, a veces son considerados fuera de la categoría de lo cultural, pero puede decirse que la remoción de tales objetos del mundo natural y su inclusión en colecciones para preservarlos los vuelve propiedad cultural. En cualquier caso, es incómodo escribir la frase “propiedad cultural”, por lo que el término “objeto” será usado ante la ausencia de una mejor alternativa.

Otro dilema al escribir es el uso de pronombres personales. La autora frecuentemente usa “ella” para la restauradora y “él” para el custodio.

Viendo hacia delante

La idea de que la conservación-restauración carece de una metodología general, y que es bastante malo no tenerla, no es nueva. Lelekov, por ejemplo, señaló décadas atrás que “la ausencia de una teoría aplicable en la esfera de las colecciones de museo, impide el progreso en su camino y le deja sobrecargada con grandes tesis teóricas y postulados contradictorios, abundantes, y bastante difíciles de manejar” (Lelekov 1981).

Los restauradores pueden disentir de la naturaleza exacta de la metodología de intervención en conservación-restauración, qué debería ser y qué no, e incluso eso tendría mucho sentido. Deben disentir; no hay nada como el disenso abierto para impulsar las cosas hacia delante. Los explícitos pasos de la metodología deben ayudar a clarificar la naturaleza de las disensiones y a hacer más fáciles las discusiones.

La práctica de la conservación es mucho más que la aplicación de sesudas especificaciones de materiales y técnicas para alcanzar metas acordadas hace mucho. Nuestra tarea es la preservación e interpretación de los objetos tangibles que tienen valor para sus dueños o para la sociedad en general. Conseguir esos objetivos requiere que entendamos que los tratamientos pueden afectar el significado de los objetos, y que usamos nuestro conocimiento para acentuar su significado. Finalmente, la práctica óptima de la conservación-restauración no reside en nuestras manos, sino en nuestras cabezas.

Referencias

Odegard, Nancy. 1995. “Artists’ Intent: Material Culture Studies and the Conservator”. JAIC 34: 187-193.

Peever, Mary. 1988. “Caracterization of Alterations to Artifacts”. Symposium 86: The Care and Preservation of Ethnological Materials(142-146). Ottawa, Canadian Conservation Institute.

Proctor, Robert. 2001. Comunicación personal, 1 de junio.

AIC. 1994. “Preamble”. AIC Code of ethics and guidelines for practice. Recuperado de www.nps.gov/training/tel/Guides/HPS1022_AIC_Code_of_Ethics.pdf en marzo de 2015.

Grampp, William D. 1989. Pricing the Priceless: Art, Artist and Economics. Nueva York, Basic Books.

Lelekov, L. A. 1981. “Theoretical Aspects of Restoration”. Preprints, ICOM Committee for conservation, 6th Triennial Meeting. Ottawa, 1981, 81/11/5.

Notas al pie

* El texto aquí publicado corresponde a la “Introducción” al libro Conservation Treatment Methodology, de Barbara Appelbaum (Burlington, Butterworth-Heinemann, 2007, pp. xvii-xxix). La traducción es de Jannen Contreras.

1Por ejemplo, el título del texto de Nancy Odegart (1995), “Artists’ Intent: Material Culture Studies and the Conservator”, podría dar la impresión de que aborda el amplio tema de la relevancia potencial de la gran variedad de objetos, pero sólo se refiere a la etnografía de los nativos americanos. En esta misma tónica, el primer enunciado en Mary Peever (1988), “Caracterization of Alterations to Artifacts”,es “El examen de un objeto etnográfico requiere la caracterización de todas las alteraciones”, como si fuera lo único cierto cuando se trata de un objeto etnográfico.

2Este no es un sentimiento común. En el encuentro anual del AIC de 2006, donde el tema era “Using Artifacts: Is Conservation Compromised?” muchos ponentes respondieron a la pregunta de forma negativa, pero algunos no lo aceptaron de buena gana. Ellos parecían ceder a lo inevitable de perder el argumento central y lo políticamente correcto de la mayor accesibilidad para las colecciones. Ninguno de los ponentes estuvo en desacuerdo en que allí había un conflicto, y ninguno expresó la idea de que el uso y la preservación se apoyan mutuamente.



Como citar esta colaboración:
Apellido, nombre (año), “Título del artículo”, en Archivo Churubusco, año 1, número 1, disponible en -dirección en internet-, consultado -día, mes, año-.



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