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Reflexiones en torno a la función social de la cultura y del patrimonio cultural

Jaime Cama Villafranca

Introducción

La función social de la cultura y del patrimonio cultural son dos conceptos de la antropología que se han situado, activamente, como uno de los instrumentos más adecuados para el análisis científico de las sociedades humanas.

¿Qué es la cultura?

La antropología como ciencia que estudia al hombre y sus productos, tanto de su actividad como de su creatividad, propició el surgimiento del concepto de patrimonio cultural como algo más universal, y permitió que la historia de las sociedades humanas se enriqueciera. El estudio en torno a las sociedades llevó a la antropología moderna a plantear que la cultura es un fenómeno propio de todo grupo humano, más allá del nivel educativo de sus integrantes.

Suele decirse que cultura es todo aquello "que no es verde". Sin embargo, en la actualidad hasta "lo verde" se considera como fenómeno cultural, dado lo afectado que se encuentra nuestro planeta por las acciones de los seres humanos, y porque nunca estuvo separada la naturaleza de los crecimientos culturales.

Entre las acepciones con que la Real Academia define este concepto, se encuentra que, cultura es: conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Otra definición anota que es todo lo que contribuye al mejoramiento personal, o el conjunto de las creaciones del hombre en general, o de una sociedad determinada. Lo anterior nos sugiere que la cultura es algo que ya existe como bagaje o como algo ya realizado, y que su incremento contribuye al mejoramiento personal.

Antaño, la cultura se consideraba como algo que dependía de una acción limitada a los procesos educativos reservados a aquellos individuos que tenían la capacidad y los medios para allegarse los beneficios de la educación. Los gobiernos y la sociedad se sentían obligados a llevar la cultura a los grupos marginados; a su juicio, pensaban que los "ignorantes" necesitaban de estos conocimientos para ser alguien. El siglo XX modificó radicalmente esta forma de considerar a la cultura como algo privativo de los grupos de élite, fincada en un proceso educativo o de superación personal exclusivamente.

A la luz de este análisis, la cultura tampoco es un fenómeno estático o congelado: la cultura de una sociedad, o de un individuo, es un elemento activo que puede incrementarse con la experiencia de la vida cotidiana o en contacto con otras culturas generando cambios positivos.

Podemos decir que cultura es "el conjunto de memorias, bienes y habilidades heredadas, que permiten a los individuos y a las colectividades desarrollar y estimular sus capacidades creativas, técnicas, e intelectuales; sin perder la herencia viva de las tradiciones que los unifican en el reconocimiento de sus raíces comunes, conformadas como su identidad cultural, la cual les ha permitido convivir entre ellos y con el medio natural que les es propio”.

 

¿Qué conlleva el patrimonio cultural?

El patrimonio cultural de un país comprende las creaciones heredadas del pasado, tanto de las comunidades como de los grupos humanos que habitan su geografía. Estas creaciones acumulan herencias, saberes, técnicas, habilidades, así como expresiones estéticas, de creencias, haceres tradicionales y sus mitos. Por medio de estas creaciones, las comunidades y los pueblos actuales se reconocen en una íntima y estrecha relación con su entorno natural. Creo firmemente que la cultura debe ser uno de los motores del desarrollo, tanto de las comunidades como del país en general.

Aquellos estados que cuentan con comunidades étnicas diferenciadas, deberán poner un acento mucho más específico en el análisis de sus diversidades. Esto debido a que contienen oralidades culturales que, hasta nuestros días, han sido ignoradas en las decisiones oficiales de crecimiento y desarrollo. Asimismo, se han minimizado las riquezas que encierran nuestras culturas vernáculas; las ignoramos olímpicamente por su propia diversidad y orígenes, aunque siempre se toman en cuenta en temas de política electoral.

Debemos revisar e investigar los orígenes culturales de las comunidades nacionales, analizarlos y exponerlos para que sean conocidos por sus miembros. Esto seguramente permitirá que tomen conciencia de la importancia de ese pasado; al asumirlo como reto, podrá acercarlos al espíritu que movió a sus ancestros y buscarán alcanzar aquello que les da actualmente esa pertenencia.

Por lo tanto, el papel de la cultura y los productos culturales en las sociedades modernas, deberá estar íntimamente ligado al respeto que cada grupo le dedica, y a las relaciones que se establecen con los que conviven en su geografía. De hecho, las aportaciones deben considerar los límites y alcances que la comunidad estaría dispuesta a aceptar y realizar. Así, se requieren de aproximaciones con una sensibilidad particular, para evitar inducir los procesos que la comunidad no esté dispuesta a desarrollar por sí misma.

Cuando un grupo se ha convencido de ser heredero de ese fenómeno cultural que les dio origen, deberán iniciar los procesos de crecimiento que, bien asesorados, pueden conducirlo a nuevas formas comunales y a la obtención de recursos. Aunque haya sido en sus orígenes un fenómeno de transmisión oral, dichos procesos los podrán ver materializados al satisfacer las necesidades de sus individuos. Pero, sobre todo, aceptando lo que son, y lo que pueden hacer si se lo proponen.

Algunos decimos que es imperioso conservar "lo nuestro". Otros opinan que eso llamado "lo nuestro" está en contra de la modernidad y que debe ser sustituido por otro "lo nuestro". ¿Estamos plenamente conscientes de que "lo nuestro” acaso no es lo de “otros”? Sí lo fue, pero lo hemos asimilado, por su compatibilidad, con lo nuestro de siempre. Ello se acumula como un fenómeno cultural a partir del mestizaje, generando una identidad cultural que hoy es "lo nuestro", contra viento y marea.

Los teóricos de la restauración nos proporcionaron sus puntos de vista para indagar dentro del fenómeno que representa la parte teórica, la cual conducía al concepto ético del respeto a la creatividad de los diversos grupos humanos. Y tanto estos como los historiadores del arte consideraban, en ese pasado, que solo debían restaurarse aquellos productos de la actividad humana considerados como obras de arte.

Esos criterios se basaban en conceptos decimonónicos emanados de la filosofía tradicional del arte: esa definición fue rigurosamente aplicada hasta mediados del siglo XX, cuando el desarrollo de la antropología exploró los alcances y la creatividad del fenómeno cultural. Aquel sujeto restaurador, a mi juicio, marginó y desechó una cantidad importante del patrimonio cultural que no alcanzaba el estatus de obra de arte.

Tomando como válida la aplicación de un análisis con un sendero teórico en la realización de las intervenciones sobre el patrimonio cultural de un país, se abren rumbos distintos a aquel pasado rígido, conformado únicamente por obras de arte. Actualmente, el restaurador cuenta con un sendero que le permite un análisis crítico de evaluación en sus intervenciones, donde cuenta con una ética, además de llevar a cabo la aplicación práctica de lo que definitivamente se llama restauración. Por consiguiente, la restauración solo puede realizarse entramando el binomio teórico-práctico que se potenciará en una profesionalización, la cual se perfecciona restaurando.

Si bien lo anterior parecería una afirmación innecesaria frente a los diversos apoyos de otras ciencias concurrentes con la nuestra, es necesario subrayarla.

 

La conservación del patrimonio cultural

El patrimonio cultural inmaterial está compuesto por el conjunto de memorias colectivas –mitos, saberes, memorias vivas, creencias, usos y costumbres–, que permiten el desarrollo de las expresiones intelectuales, estéticas, capacidades artísticas, tecnológicas, lingüísticas, musicales y organizativas, siempre creativas de los grupos sociales, con las cuales estructuran sus identidades particulares.

A medida que hemos incursionado en la conservación, nos ha sido revelador que los bienes culturales tangibles son, como patrimonio cultural, más importantes por la carga inmaterial que contienen, que por su propia materialidad. El estudio del inmaterial contenido en los productos de la actividad humana, permite al investigador ampliar el universo del conocimiento de las sociedades que analiza, ya sea historiador, antropólogo social, etnólogo, músico, literato o arqueólogo. Sería un error considerar que ese inmaterial del cual hablamos, solo se encuentra en los productos materiales de las diferentes sociedades.

En la conservación se debe enfatizar que la permanencia de lo material garantice los contenidos inmateriales en el sujeto de intervención: memorias, mitos y tradiciones. Estos pueden ser más importantes al estar plasmados en sus productos y permitir reactivar la memoria de los individuos.

Si lo anterior es correcto, la conservación del patrimonio cultural no puede continuar como un proceso en función de buenas o malas experiencias, con tiempos y presupuestos ajustados a necesidades demagógicas o grupales externas, que no toman en consideración las prioridades del patrimonio cultural. El patrimonio lucha contra los elementos naturales, el deterioro, el descuido, etc., los cuales se convierten en el receptáculo silenciador de las memorias del pasado en las comunidades que lo poseen.

Como se ha reiterado, si agregamos a nuestro proyecto de restauración los beneficios de un proceso de investigación –y nos auxiliamos de todas las ciencias y disciplinas que deben concurrir en él–, nos daremos cuenta de que las sociedades herederas de esos patrimonios son poseedoras de buena parte de los intangibles. Esto nos permitirá hallar las líneas conductoras para entender el mensaje que el productor de ese patrimonio nos quiso transmitir, y que será su conservación la responsabilidad manifiesta de esta profesión.

El diálogo con las comunidades se inicia en nuestro idioma. Sin embargo, paradójicamente, ese idioma no es completamente el suyo. Utilizamos un lenguaje que emplea las mismas palabras, pero que frecuentemente significan cosas diferentes para los interlocutores. Nos debería unir el hecho de hablar la misma lengua, pero nos separa la interpretación que damos a los distintos significados. Y lo que debe ser un proceso de acercamiento, suele convertirse en un distanciamiento.

En consecuencia, la función del restaurador estriba en conseguir un diálogo consciente y constructivo entre la imagen del bien cultural y el receptor del mensaje conferido a la materia con que fue construido. Proyectos de restauración considerados y realizados a partir de criterios de investigación, ampliarán considerablemente la manera de acercarnos al entendimiento de ese universo de lo inmaterial.

Al conservarse los patrimonios culturales de las poblaciones de un país, estos se convierten en los indicadores que nos permiten analizar la relación entre la obra de arte y la producción de aquello concebido como los bienes patrimoniales, fruto del desarrollo cultural casi siempre ancestral.

Debemos estar plenamente conscientes de que en la situación actual por la que atraviesan nuestras comunidades –rurales o urbanas–, su principal inquietud es subsistir mes con mes. Por lo tanto, en muchos casos el patrimonio cultural les es totalmente ajeno o les estorba para alcanzar la tan pregonada modernidad. O bien, es un recurso ideal para ponerlo en venta por aquellos que, conocedores de su valor en el comercio, ofrecen una suma aparentemente satisfactoria, pero cuyas variables comerciales se encargarán de esconder, una vez obtenidas como premio por su capacidad negociadora al ofrecerse al mercado.

El potencial económico no debe ser el factor que permita o impida realizar la conservación de los patrimonios culturales. Cuando se diseña un proceso de intervención en un bien patrimonial, del tamaño que sea, su buen término dependerá de que haya sido producto de una investigación crítica y científica, junto con el juicio razonado, no de las herramientas empleadas para hacerlo en menor tiempo o con menores costos.

Cuando se reúnen los encargados de concertar procesos bilaterales, ya sean culturales o comerciales, lo primero que motivan los discursos son las frases destinadas a poner de manifiesto lo que tenemos en común, lo que nos une e identifica. Esta actitud, que aparentemente suena lógica es, a mi juicio, una de las causas de inadecuados acuerdos o del posible fracaso de esas conversaciones.

Para lograr una relación estable, es necesario entender y estudiar precisamente qué nos separa. En el conocimiento y la comprensión de nuestras diferencias deberemos buscar los elementos que nos permitan convivir, asumiéndolas como algo respetable y compatible. Así, los problemas y las soluciones se resolverán entendiendo nuestras diversidades, siempre y cuando seamos conscientes de ellas, respetando nuestras divergencias y entendiendo, sin discriminar, lo que nos hace distintos. Por consiguiente, el diálogo debe ser parte del proceso de análisis para establecer el proyecto de conservación y restauración del bien cultural que vaya a ser intervenido.

Paralelamente a la investigación de la sociedad que forma parte del sujeto de tratamiento, será responsabilidad del equipo que lleva a cabo la tarea informar a la comunidad de los objetivos, las metas y el avance del proyecto, de manera que se vaya involucrando en él. La comunidad se articulará como puente entre la materialidad y la inmaterialidad; será un elemento activo que nos generará una mejor comprensión de ese intangible. Y nos dará también un parámetro muy real de los alcances que debe tener nuestra intervención para los poseedores de ese patrimonio.

Si no concebimos la restauración como un factor de desarrollo y de mejoramiento de la calidad de vida del área en cuestión, habremos sembrado en el desierto, dilapidando valiosos recursos económicos y humanos en una acción elitista que será de utilidad solo para una minoría. De tal suerte, una vez terminado el proyecto, suele perderse el interés en él, porque únicamente sirvió para satisfacer un compromiso político o demostrar una moda temporal, pues el bien restaurado no le era necesario ni útil a la comunidad a la que se pretendía beneficiar.

A medida que la Escuela de Restauración desarrolló los diferentes horizontes de las prácticas de campo –que en ese tiempo solían durar casi dos meses– comentábamos acerca de la posibilidad de establecer un diálogo con las comunidades que involucrábamos en esas prácticas, que las impulsaran a ser parte del proceso de conservación de un patrimonio que finalmente era suyo.

Llegar a este planteamiento no ha sido producto de la casualidad; tampoco del desarrollo de una opinión que se me ocurre con motivo de este ejercicio para parecer novedoso.

Trabajar en el Instituto Nacional de Antropología e Historia ha permitido el diálogo con profesionales de diferentes especialidades. Esto origina que el intercambio de ideas sea sumamente motivador; por lo mismo, la antropología y sus matices son parte de ese cotidiano opinar.

La confirmación de que podía hacerse y de que los resultados serían positivos, se dio en una práctica de campo en el pueblo de Maní, Yucatán, donde se realizaba la conservación de unos retablos laterales, de pequeño formato, en la iglesia perteneciente al ex convento.

Ante la distancia y los costos del proyecto, se estableció como proyecto de convivencia y apoyo; de este modo, algunas familias se responsabilizarían de la alimentación del grupo, teniendo este como residencia las celdas del ex convento. La convivencia en momentos tan particulares como los dedicados a la comida, produjo un entendimiento cálido de ambas partes, pero de un escaso interés hacia el proyecto.

Ante el poco interés que existía, la responsable del grupo de alumnos realizó un acto que nosotros calificamos, en su momento, de sumamente audaz. Un domingo, inmediatamente después de la misa, tomó el micrófono y explicó a los presentes la importancia de los retablos que estaban en proceso de restauración, y los objetivos que se trataban de alcanzar al término de esa práctica.

El efecto fue tan sorprendente que, desde ese día, informaron cada domingo a la población el avance de la obra, y la importancia de lo realizado durante la semana. Por lo tanto, dudo que esa comunidad permita que sus retablos sean restaurados otra vez sin darles una explicación adecuada.

Convencidos de la bondad del proceso, en el siguiente periodo no dudamos en aceptar involucrarnos con la comunidad del Santuario de Mapethé, pequeña población en el estado de Hidalgo, donde se alza una bellísima iglesia de reducido tamaño, pero que se encontraba prácticamente sin alteraciones. La población se prestó de buen grado a este ejercicio académico durante más de cinco años. Continuamente solicitó una mayor presencia y participación en beneficio de la conservación y restauración del acervo cultural contenido en su iglesia.

De manera gradual se fue dando una actitud diferente de los docentes y los alumnos, al participar en proyectos que afectaban bienes culturales contenidos en comunidades. Lo concebimos como un quehacer de grandes responsabilidades morales y sociales: la actitud de respeto obligada a otros seres humanos y a las diversidades culturales que poseen.

Una de estas prácticas de campo se hizo en la población de Tupátaro, Michoacán. En ella se realizó una etapa de conservación de la decorada cubierta interior de la iglesia, con profusión de arcángeles, conocidas como ‘’historiadas”. Frente a la iglesia existía una pequeña plaza, que cuando se inició el proyecto estaba destinada a cancha de basquetbol, en pleno descuido y refugio de vagabundos.

Dialogando con los vecinos, que no encontraban cómo modificar este espacio, aceptaron de buen grado la alternativa de que, repartiendo costos y responsabilidades, se removiera la placa de cemento, cambiándola por un jardín cuyo diseño respondiera a las necesidades y a los gustos de la comunidad. El comité de responsables se hacía cargo de recabar los recursos suficientes para mantener el jardín en buen estado y cubrir el salario del jardinero.

A solicitud expresa de esa comunidad, se plantearon alternativas artesanales basadas en los motivos que se encuentran en la iglesia. Esto permitía la realización de productos como el bordado o la elaboración de cerámica vidriada, mejorando los ingresos que obtienen de las actividades agrícolas.

Sin embargo, el proyecto más ambicioso se llevó a cabo en el estado de Oaxaca, en la población de Yanhuitlán, donde se encuentra uno de los ex conventos del siglo XVI más hermosos e imponentes en la República Mexicana. En esa localidad, los recursos agrícolas se han reducido, como en la gran mayoría de las zonas rurales de América Latina.

Hoy recordamos que, con eficiente labor y la participación de algunos docentes y alumnos de la ENCRyM, entre 2000 y 2001, se desmontó el Retablo Mayor de Yanhuitlán. Fue realizada una tarea de conservación que lo rescató de afectaciones estructurales, debidas en parte al ataque de insectos en una de sus columnas, y a una amenaza de desplome por terremotos y temblores frecuentes en la zona. Estos riesgos fueron contenidos por una estructura provisional de perfiles comerciales de hierro. Se restauraron cuatro de las pinturas sobre tabla, con pesos cercanos a los trescientos kilogramos cada una.

Asimismo, se realizó un ensayo con jóvenes de la región: un grupo de estos realizaron trabajos de grabado con placas de linóleo, y otro grupo vendió artesanías a base de fibras locales. La experiencia en grabado produjo una serie de ejemplares que se comercializaron con buenos resultados; de hecho, es posible que algunos miembros de ese grupo continúen realizándolos.

Ya en este siglo, un ejemplo que puede asociarse a las experiencias anteriores, fue realizado por la ENCRyM mediante una comisión que le adjudicó la dirección general del Instituto. Se trató de los retablos mayores de los ex conventos de Coixtlahuaca y Yanhuitlán. Considero que se produjo un extraordinario ejemplo de coordinación, eficiencia y capacidad profesional, al restaurar todo el complejo pictórico sobre tabla, en ambos retablos de los ex conventos, con la coordinación de su directora, docentes y exalumnos de la escuela.

La experiencia adquirida en los ejemplos presentados, sin que estos sean los únicos, permite diseñar proyectos integrales en los cuales la confluencia de diferentes disciplinas producirá una información que obligará a cambiar las actitudes de hacer, y a afrontar la conservación de bienes culturales cuando son parte de la herencia cultural de las comunidades y del país.

Desafortunadamente, las prácticas de campo no siempre pueden tener el seguimiento ni la difusión que se merecen, y tampoco pudimos ampliar nuestra presencia. Los avatares del INAH no permiten llevar un seguimiento de lo que se ha realizado; por ello, no sabemos en qué se convirtieron esos claros ejemplos de participación institucional.

No hay leyes que protejan de manera adecuada al universo que comprende el concepto de cultura. Progresivamente, mediante empresas y grupos exógenos de poder, nos damos cuenta de cómo la cultura está siendo minimizada y manipulada para desarrollar una silente metodología de invasión y trasformación de lo cotidiano, trastocando lo nuestro y diluyendo aquello que nos identificaba en el pasado.

De hecho, para intervenir en las naciones menos desarrolladas ya no es necesario invadirlas. Basta con estudiar su cultura y analizar su historia para generar metodologías y directrices que, inicialmente, sugieren compartir en un tratado comercial (TLC). Lo que las potencias fabrican en intercambio, junto con lo que los subdesarrollados a su vez producen, ponderan y magnifican las cualidades de ambas producciones; se defienden esos nuevos productos dentro del bienestar social, buscando ampliar el satisfacer las diferentes necesidades que afectan los estándares ideales de la vida moderna: esto se llama globalización.

Es evidente que la publicidad de apoyo y los empaques de las nuevas aportaciones industriales –muchas de ellas productos chatarra– harán que gradualmente se acepten esas novedades, en función de las carencias a veces ancestrales. Sin embargo, las necesidades sugeridas y fácticamente imperativas, junto con un conocimiento de la cultura de los grupos humanos, serán decisivos para llevar a buen término los procesos de aculturación.

 



Como citar esta colaboración:
Apellido, nombre (año), “Título del artículo”, en Archivo Churubusco, año 2, número 4, disponible en -dirección en internet-, consultado -día, mes, año-.



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