DÍA A DÍA
Leticia Pérez Castellanos | Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, INAH | leticia_perez_c@encrym.edu.mx
María del Carmen Castillo Cisneros | Centro INAH-Yucatán | carmen_castillo@inah.gob.mx
Mariana Palma Narváez | Profesional independiente | marpalma@gmail.com
Giselle Yatsiri Varela Vázquez | Profesional independiente | dcv.yatsiri@gmail.com
Este artículo presenta los diálogos generados durante el proceso de planteamiento, puesta en marcha y ejecución en Nueva Zelanda de De la milpa a la mesa. A Mexican Food Journey. Un proyecto expositivo particular, fundamentado en prácticas museales interculturales, en el que convergieron tanto personas de México y de aquel país como la multidisciplina y el reto de la distancia en época de pandemia. Esas características propiciaron el enlace de saberes múltiples, que fusionaron sabores y formas en una exposición que, ante todo, celebra desde la voz de sus protagonistas la riqueza de la cocina mexicana en tres líneas temáticas: Milpa, Mercado y Mesa.
De manera similar a la exposición, utilizando como analogía esos tres conceptos, describiremos la milpa como aquello relacionado con el origen del proyecto: nuestras semillas, la siembra y sus retos, en términos de representación cultural, diálogo y negociación para comunicar una cultura a un público extranjero; el mercado, para hablar de las múltiples transacciones, acuerdos, intercambios y trueques de conocimiento entre los diversos actores, y, finalmente, lo que interpretamos como mesa, que constituye la puesta en escena de “los platillos” para los comensales —visitantes— que degustaron esta exposición.
exposiciones internacionales, prácticas museales interculturales, cocina mexicana.
La exposición De la milpa a la mesa. A Mexican Food Journey se presentó en la galería Te Auaha, en Wellington, Aotearoa, Nueva Zelanda, del 2 de marzo al 14 abril de 2021. Fue creada por un equipo intercultural, tanto de Nueva Zelanda como de México, para incrementar el entendimiento y la apreciación de los neozelandeses por otra cultura —en este caso, la mexicana— mediante la comprensión y la empatía, más allá de los clichés y los estereotipos.
Dicha exposición es uno de los resultados de la colaboración sostenida durante más de siete años entre el Programa de Estudios de Museos y Patrimonio de Te Herenga Waka Victoria University of Wellington (VUW), Nueva Zelanda, y el Posgrado en Estudios y Prácticas Museales de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), México. En particular, este proyecto fue apoyado por el Latin America Centre of Asia-Pacific Excellence (CAPE) de la universidad neozelandesa.
El proyecto expositivo internacional fue modesto: se exhibió en una galería universitaria de 108m2, donde se privilegió el uso de recursos museográficos, ya que no se presentaron colecciones originales que viajaran grandes distancias, y el presupuesto fue bajo, pues un pequeño equipo de trabajo de estudiantes y becarios de ambos países, que cumplió tareas múltiples, desarrolló en su totalidad la exposición. Ese equipo fue asesorado por cinco especialistas, dos líderes de proyecto —una mexicana y una neozelandesa— que conceptualizaron la colaboración, dos expertas en diseño museográfico neozelandesas y una antropóloga mexicana.
Sin embargo, el proyecto fue, al mismo tiempo, ambicioso, en cuanto a los propósitos que persiguió y también respecto de los preceptos que lo animaron: se fundamentó en prácticas museales interculturales con un carácter multidisciplinario; fue conceptualizado y producido por equipos intergeneracionales con distintos grados de experiencia, y, con el reto adicional impuesto por la pandemia, desarrollado a la distancia. En él convergieron los intereses del CAPE y los de las líderes del proyecto. Mientras que dicha instancia tiene como objeto desarrollar en los neozelandeses el interés y la curiosidad por las culturas latinoamericanas, las líderes del proyecto buscaron poner en práctica los hallazgos de una investigación previa sobre exposiciones internacionales (Davidson y Pérez, 2009) y profundizar en la experimentación e investigación de las prácticas museales interculturales.
En De la milpa a la mesa, un grupo de campesinos y campesinas, vendedores y vendedoras, cocineros y cocineras de algunas localidades de México describieron, mediante narrativas específicas sobre su experiencia y sus proyectos locales, cómo en el contexto de un mundo cambiante han adaptado sus prácticas tradicionales de manera innovadora. Esa idea se desplegó a través de tres áreas temáticas que aludieron al viaje de la comida desde la milpa hasta la mesa. En la primera sección de la exposición, la Milpa, se resaltó tanto la importancia de la biodiversidad como el papel esencial de los campesinos de pequeña escala y de los científicos para adaptar esas prácticas ancestrales a los retos actuales de sus ecosistemas. En el Mercado se ofreció una experiencia inmersiva visual, sonora y olfativa de los diversos mercados mexicanos. Finalmente, la Mesa mostró el amplio espectro de opciones culinarias que existen en el país, creadas por cocineros y cocineras de casa —quienes han preservado las recetas familiares a lo largo de varias generaciones— y por los y las chefs en las fondas o en los restaurantes de alta cocina que han atraído la atención mundial.
En este artículo presentamos los múltiples diálogos ocurridos en el proceso de planteamiento, puesta en marcha y ejecución del proyecto. De manera similar a la exposición, y utilizando como analogía las tres secciones temáticas, describiremos la milpa como aquello relacionado con su origen, las semillas utilizadas y su siembra, con los retos previsibles, en términos de representación cultural, diálogo y negociación para comunicar esa temática al público neozelandés; el mercado, para hablar de las múltiples transacciones, acuerdos, intercambios y trueques de conocimiento y experiencias entre los diversos actores involucrados, y, finalmente, lo que interpretamos como mesa, que constituye la puesta en escena de “los platillos” para los comensales —visitantes— que degustaron esta exposición.
La milpa es un sistema agrícola tradicional de cultivos múltiples que se ha desarrollado durante miles de años. En una parcela se combinan diversas especies vegetales que se complementan. El centro de ese cultivo es el maíz, que se acompaña principalmente de frijol, calabaza, chile, jitomate y una gran diversidad de quelites. Aunque su uso se extiende a varias latitudes en América, sabemos que hace alrededor de 10 000 años lo que ahora es el territorio mexicano fue uno de los centros mundiales del inicio de la domesticación de las plantas y de la creación de este ingenioso sistema multicultivo (Castillo, 2015).
En la presente sección se relatan cuáles fueron los fundamentos de este proyecto, su sustrato —los antecedentes—, las semillas que sembramos —es decir, los supuestos desde los cuales partimos— y la cosecha esperada: los frutos.
En ese sentido, concebimos las exposiciones internacionales como espacios interculturales, lugares en los que se crean situaciones de encuentro que confrontan nuestras suposiciones culturales y proveen la oportunidad de conocer las perspectivas de los otros e, incluso, de reevaluar las nuestras (Davidson y Pérez, 2019). Esos proyectos se han posicionado como una de las actividades museales más atractivas en la escena mundial, ya que permiten a públicos locales entrar en contacto con colecciones y patrimonios de otras latitudes. Sin embargo, aunque, en general, se alude a sus beneficios en el ámbito de la cooperación cultural y la diplomacia —sin que éstos se hayan estudiado cabalmente—, también se refieren a sus potenciales riesgos y se les critica y califica como formas políticamente correctas de promover a una nación. En ocasiones, más que contribuir al entendimiento mutuo, refuerzan los estereotipos existentes (Wallis, 1994: 279).
La investigación publicada en el libro Embajadoras cosmopolitas. Exposiciones internacionales, diplomacia cultural y el museo policentral (Davidson y Pérez, 2020), producto de la colaboración establecida desde 2014 entre la ENCRyM y el VUW, abordó dicha problemática, al analizar el primer intercambio expositivo entre México y Nueva Zelanda. Mientras que de marzo a julio de 2012 se presentó en nuestro país EtuAke. Orgullo maorí, en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo del INAH, de septiembre de 2013 a febrero de 2014 se exhibió en aquella nación Aztecs. Conquest and Glory, en el museo nacional Te Papa Tongarewa. En la investigación citada líneas arriba, las autoras concluyeron que las exposiciones internacionales involucran una diversidad de formas de encuentros culturales y, por lo tanto, varias oportunidades de generar malentendidos o representaciones erróneas; pero, al mismo tiempo, poseen un amplio potencial para desarrollar habilidades interculturales y entendimiento mutuo, lo que es conocido como una mirada cosmopolita, una actitud necesaria para navegar los acelerados procesos de la globalización en la que nos vemos inmersos actualmente (Davidson y Pérez, 2019).
Los resultados de esa investigación las condujo a proponer que los museos pueden ser embajadores que promuevan prácticas museales interculturales de manera consciente, conceptualizadas y producidas mediante las habilidades desarrolladas en sus propios equipos de trabajo. Entre éstas se encuentran la apertura a múltiples perspectivas que conduzcan a la reflexión y a fortalecer el entendimiento mutuo, la habilidad para reconstruir los marcos de referencia de los otros y “ver a través de sus ojos”, la curiosidad, empatía, paciencia, flexibilidad, y el respeto y la tolerancia a la ambigüedad así como un constante compromiso con la comunicación (Davidson y Pérez, 2020).
Partiendo de la idea de que esos hallazgos pueden beneficiar al campo de los museos y también al del intercambio en otras áreas de la cultura y las artes, las autoras se dieron a la tarea de proponer un proyecto para trasladar sus recomendaciones a un escenario práctico, en el cual pudieran experimentar el proceso de creación de una exposición intercultural, ya no desde la investigación y como agentes externas a éste, sino como parte del equipo que desarrollaría un proyecto concreto, fundamentado en las ideas que plantearon como conclusión en su libro.
Coincidentemente, el CAPE de la Victoria University of Wellington se encontraba en busca de proyectos financiables que contribuyeran a impulsar sus objetivos. Cabe señalar que ese centro pretende promover relaciones duraderas entre las organizaciones culturales y creativas de Nueva Zelanda y de Latinoamérica para fomentar la comprensión entre ambas regiones, dotar a los actuales y futuros líderes neozelandeses de los sectores culturales-creativos de las habilidades necesarias para trabajar colaborativamente con nuestro subcontinente y difundir ampliamente proyectos que incentiven la profundización del conocimiento y la apreciación de los neozelandeses por éste.1
Con base en un estudio realizado en 2019, ese organismo identificó las percepciones positivas y negativas de los neozelandeses sobre Latinoamérica. No fue una sorpresa encontrar que los participantes del estudio imaginan nuestros países como sociedades vibrantes, bellas, divertidas, diversas y energéticas, al tiempo que las perciben relacionadas con el crimen, la inseguridad, las drogas y la corrupción (CAPE-Latin America, 2019). Esos hallazgos se alinean con los de otra investigación (Villanueva, 2016) para confirmar que la principal fuente de creación de esos estereotipos son los medios de comunicación masiva y el cine.
En ese contexto, en el transcurso de 2019, Davidson y Pérez propusieron el proyecto Cultural Sector Partnerships for Intercultural Understanding con tres propósitos: facilitar el establecimiento de colaboraciones entre las organizaciones creativas y culturales de Nueva Zelanda y Latinoamérica, capacitar a los actuales y futuros líderes de ese país con las habilidades para trabajar en los contextos interculturales y presentar y promover programas que profundizaran los conocimientos y la apreciación de los neozelandeses sobre Latinoamérica. En este último rubro, la estrategia seleccionada fue crear un proyecto expositivo que pusiera en práctica los fundamentos de una museología intercultural, como fue concebida por Davidson y Pérez (2019 y 2020).
Atendiendo a esos propósitos, inicialmente se ideó incorporar a jóvenes profesionales emergentes para, con asesoría mexicana, desarrollar la exposición, por lo que se planeó un viaje de estudio a México, que se realizaría en junio de 2020, en el cual aquéllos conocerían el contexto de las instituciones culturales de nuestro país —principalmente museos—, además de aspectos de la cultura y la vida cotidiana actuales. Por supuesto, el viaje no pudo realizarse debido a las condiciones de confinamiento y a las medidas que se adoptaron mundialmente para el control del virus que provocó la enfermedad COVID-19.
Por ello fue necesario replantearse la idea original, aunque se mantuvo la decisión de incorporar al proyecto a jóvenes profesionales, de ambos países, mediante un sistema de becas (internships). También se integró a estudiantes de maestría en el VUW, por medio de dos cursos impartidos por Davidson: Intercultural Museum Practice e Intercultural Museum Project. Ambos sentaron las bases para elegir el tema de la exposición; los jóvenes realizaron discusiones e investigaciones preliminares sobre aspectos de la cultura mexicana que les interesaban y plantearon un primer concepto que ya aludía a la temática de la cocina mexicana. Paralelamente, se seleccionaron, por una convocatoria diseminada en ambas instituciones educativas, cuatro becarios —dos en México y dos en Nueva Zelanda—. Este equipo, guiado por las líderes del proyecto, discutió el tema y los enfoques y comenzó a dar estructura al concepto de la exposición, lo que constituyó la primera etapa del proyecto.
La segunda consistió en conformar otro grupo de trabajo con roles establecidos que concluyera la conceptualización de la exposición y la diseñara y produjera. Con ese fin se realizó una nueva convocatoria para elegir cuatro jóvenes profesionales neozelandeses, quienes materializarían la propuesta. El equipo quedó conformado por becarios de ambos países, con la mentoría de especialistas en el estudio de las exposiciones internacionales (las líderes del proyecto), en el diseño de exhibiciones en Neozelanda y en antropología de la alimentación en México. El cambio de contexto, derivado de la pandemia, dio al trabajo un verdadero sentido intercultural, al equilibrar la balanza con la participación de personas de ambos países para crear De la milpa a la mesa.
El desarrollo del proyecto estuvo fundamentado en prácticas museales interculturales (Davidson y Pérez, 2019 y 2020) para crear situaciones de encuentro que alentaran la comprensión intercultural. Esto se logra entablando conversaciones sobre la representación cultural —qué es “lo mexicano”— en las etapas tempranas del proyecto así como sobre la autorrepresentación —qué historias serán contadas y por quién—. El proceso se beneficia con la creación de conexiones personales entre las y los colaboradores, además de la participación de mediadores culturales que entiendan ambos contextos —en este caso, las líderes del proyecto— y la disposición de suficiente tiempo para intercambios y diálogos que lleven a encontrar soluciones interculturales.
En cuanto a las experiencias que se diseñaron para los visitantes, en esta propuesta se buscó conocer con anticipación su grado de conocimientos previos y preconcepciones sobre el tema,2 plantear estrategias dinámicas pero respetuosas, ser conscientes de sus “lentes” culturales —es decir, a través de qué filtros darían sentido a su experiencia—, valorar cómo crear conexiones y, al mismo tiempo, evitar clichés y estereotipos, para permitirles reevaluar las narrativas del otro y las ideas superficiales.La exposición mostró facetas de México desconocidas para el público neozelandés, por ejemplo, la diversidad cultural y natural, el interés por mantener las tradiciones agrícolas, a la vez que enfrentar los retos del cambio climático, la diversidad gastronómica más allá de los tacos, entre otras.
Galería 1. Milpa.
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Desde la época prehispánica, los mercados y tianguis son un espacio de intercambio comercial y cultural que aún perdura en México. Además, son un importante eslabón entre la milpa y la mesa. Se caracterizan por la negociación entre las personas, la diversidad de productos y puestos y el bullicio dentro de un sistema organizado. De la misma forma como sucede en el mercado, para realizar la exposición el proceso de trabajo implicó múltiples transacciones, acuerdos, intercambios y trueques de conocimiento entre las y los actores participantes.
Como ya se ha señalado, el desarrollo del proyecto se dividió en dos etapas principales: una en la que se sentaron las bases teóricas y metodológicas que lo guiaron así como los acuerdos de trabajo, y otra que demandó la investigación de contenidos y el diseño de los elementos expositivos así como su posterior producción y montaje.
Durante la etapa inicial, el primer paso consistió en el encuentro entre las dos becarias mexicanas, los dos becarios neozelandeses y las dos líderes del equipo. En un proyecto que envuelve a varias personas no se debe desestimar como primer momento la “puesta en común”, o rapport3 entre los miembros del equipo, para generar conexiones personales entre las y los colaboradores. Como parte de ese proceso, se hizo una presentación sobre el sistema cultural de museos de ambos países, que permitió entender las diferencias y similitudes entre las diversas instituciones. Otro paso importante fue establecer acuerdos de trabajo y metas, que se plasmaron en un documento que incluyó la descripción y los propósitos del proyecto, los objetivos de aprendizaje, las tareas por realizar y los entregables así como el plan de comunicación, que abarcó medios y frecuencia de reuniones. Para los primeros, las tres herramientas tecnológicas que permitieron el trabajo a distancia fueron WhatsApp, Zoom y Teams.
Además del equipo mencionado, se trabajó con los alumnos de la clase MHST 523: Intercultural Museum Project, del VUW, quienes realizaron el primer Exhibition Plan. En ese documento se definieron los contenidos de la exposición, los elementos de interpretación y el programa público, a partir de la metodología de la big idea, o gran idea, de Beverly Serrell (2019). La big idea, que parte de una declaración o una frase que especifica de qué trata la exposición, tiene como función principal orientar al equipo en el proceso de su desarrollo. Es importante definirla, porque establece las pautas para la creación de los elementos expositivos, como la investigación de contenidos, el diseño y la selección de imágenes (Serrell, 2019: 5). En el Exhibition Plan también se especificó la distribución de la exhibición en tres bloques temáticos y la presentación de los contenidos a partir de “historias”, esto es, de narrativas concretas sobre personas o proyectos mexicanos.
La discusión sobre la presentación de los contenidos fue fundamental para reforzar la interacción intercultural (Alred, Byram y Fleming, 2002: 4-5), entendida como una relación en la que no se refuerza la identidad de un grupo en comparación con otro, sino que se crean nuevos puntos de encuentro entre los participantes. En concordancia con esas ideas, se definieron los siguientes valores y prácticas que conformaron la filosofía curatorial: crear un espacio polifacético, en el que las voces de las y los mexicanos presentes en el proyecto encontraran una plataforma para contar su propia historia; combatir los estereotipos —principalmente, los negativos—; ser precisos y respetuosos en el contenido, y mostrar la diversidad, las prácticas ancestrales y, al mismo tiempo, la innovación.
Un elemento que se determinó mediante lluvia de ideas fue el título de la exposición: De la milpa a la mesa. A Mexican Food Journey. Si bien se utilizó una frase común en México, se consideró que ilustraba de forma indudable el contenido de la muestra, a la vez que ponía énfasis en el recorrido no sólo de los alimentos sino también en los implicados en el proceso de trabajo y en la experiencia que esperábamos propiciaren los visitantes.
La primera etapa de trabajo culminó con la presentación del proyecto a los representantes del CAPE, para asegurar que los intereses de todas las partes convergieran hacia los mismos objetivos. La segunda etapa inició una vez que se establecieron los planteamientos teóricos y las bases conceptuales. A partir de entonces se contó con la mentoría de especialistas en el diseño de exposiciones en el contexto neozelandés, a la vez que se establecieron roles de trabajo específicos para los integrantes del equipo, tales como: curador, investigadores, coordinador de proyecto, diseñador espacial, diseñador gráfico, asesores de contenido y diseño,4 intérpretes, encargados de promoción, programas educativos, eventos especiales, entre otros. Dentro del equipo de trabajo, dos de los miembros neozelandeses, además de las becarias mexicanas, trabajaron a distancia. Asimismo, para los contenidos se tuvo la asesoría de una antropóloga que estudia los temas de la alimentación en la cultura mexicana y en las culturas indígenas contemporáneas.
Como se mencionó, se había decidido que la exhibición se conformara por diferentes bloques temáticos y éstos, a su vez, por “historias” por medio de las cuales las personas involucradas pudieran expresar su voz e ideas al público de Nueva Zelanda. Para lograrlo, el equipo delimitó los temas con base en los documentos previamente creados así como en los intereses de cada uno de los miembros. Esto permitió tanto la reflexión sobre los antecedentes culturales de cada uno y una nueva revisión sobre las expectativas y alcances reales del proyecto como el ejercicio cabal de la comunicación.
Logrado un acuerdo sobre el contenido, la parte mexicana del equipo se dedicó a establecer el contacto y negociar con las “voces” en México para dar forma al contenido final; mientras tanto, la parte neozelandesa buscó la manera de transformar ese contenido en elementos museográficos atractivos y en recursos interactivos.
Si bien ambos equipos afrontaron las limitaciones impuestas por la pandemia, hay que reconocer que el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) representó un recurso inestimable, especialmente durante el proceso de producción, en el que por vía Zoom se realizó, por lo menos, una reunión semanal del equipo completo. En las juntas generales se tomaban decisiones y se acordaban entregas; pero también se realizaron reuniones puntuales, mediante las cuales diferentes miembros del equipo intercambiaron constantemente información e hicieron negociaciones. Gracias a la herramienta Teams fue posible que todo el equipo colaborara con la solución de dudas y la revisión de propuestas y contenidos, contribuyendo a mantener un flujo de trabajo constante.
La comunicación fue uno de los puntos más importantes considerados durante la realización del proyecto, pero especialmente durante esta etapa. Tal como señala Appiah: no debemos subestimar la dificultad de entendernos unos y otros. Tenemos que considerar que los compromisos cosmopolitas con la experiencia y las ideas de los demás son valiosos en sí mismos, independientemente de si se llega a un acuerdo o no, ya que “basta con que las personas se acostumbren entre sí” (2006: 85).
Entenderse los unos y los otros, tener la voluntad de escucharse y llegar a propuestas en las que todos los integrantes del equipo estuvieran de acuerdo fue uno de los retos, si bien más complicados, más interesantes. Considerar horizontalmente, en un mismo nivel jerárquico, las opiniones de todos los miembros del equipo y lograr acuerdos requirió numerosas sesiones de diálogo. Que los implicados explicaran sus posturas redundó en una mejor comprensión de la percepción cultural y personal de los diferentes elementos que se discutieron, además de que la mayoría de las veces se logró llegar a un resultado híbrido respecto de las diferentes ideas vertidas.
El concepto museográfico derivado de este proceso se concretó desplegando los temas con el uso de colores vivos, fotografías y testimonios de las personas que contaron sus historias y experiencias; de cinco esculturas de papel maché de gran formato —que evocaron elementos de la milpa—; de líneas del tiempo, audios, videos, cajas de aromas, además de estrategias participativas que invitaron a los visitantes a involucrarse y establecer un diálogo a distancia con los y las mexicanas.
En el trabajo en equipo también se reflexionó ampliamente sobre la necesidad de la presencia física, pues aunque se agradece el uso de la tecnología, la interacción presencial y la convivencia son ampliamente apreciadas y necesarias para generar empatía y vínculos más fuertes entre los miembros del equipo. Aunque se alcanzó una “puesta en común” considerable, la diferencia del grado de convivencia entre los miembros de Nueva Zelanda y los miembros mexicanos fue especialmente evidente durante la fase de producción del proyecto e incluso en la inauguración.
Cabe destacar que, si bien, por razones obvias, la participación de los miembros del equipo mexicano fue reducida durante el proceso de montaje, gracias al uso de la tecnología: un par de sesiones de Zoom, fue posible que estuvieran presentes, a distancia, de manera virtual, en el espacio de la galería. Asimismo, pudieron experimentar las prácticas particulares de la “museología indígena” neozelandesa, en las que confluyen la tradición occidental y las ideas y prácticas maoríes (Buron, 2019). Para cerrar el proceso de instalación y “dar vida” a la exposición, se llevó a cabo una ceremonia de bendición dirigida por un kaumatua5 de la universidad, en la que se dirigió a los objetos y elementos que la compusieron solicitando el permiso de ser vistos y tocados por los visitantes.
Esa fase culminó con la apertura de la exposición al público, e incluso previamente a la ceremonia de inauguración, que se vio limitada por la pandemia y se realizó unos días después de la apertura. Esto se debió a la incertidumbre, causada por el aumento de contagios en la ciudad de Wellington, sobre la posibilidad de abrir la muestra ante el público neozelandés.6 Con la alegría y la emoción de ver concretado todo el trabajo y el esfuerzo llevados a cabo, nuevamente gracias al uso de la tecnología, el equipo mexicano estuvo presente en la inauguración así como en un posterior recorrido guiado que se realizó para las personas participantes en México, es decir, para “las voces” de las historias.
Galería 2. Mercado.
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El museo como espacio por excelencia de la exhibición del patrimonio y la cultura ha sido un tema de estudio que ha puesto a la antropología y las políticas culturales (Castillo, 2020) en la misma mesa. De la milpa a la mesa, en tanto exposición que habla de la cultura alimentaria mexicana, nos trae a la mente al antropólogo Claude Levi-Strauss, quien, en El origen de las maneras de la mesa (1975) —obra que forma parte de sus magníficas Mitológicas—, hace hincapié en los hábitos culturales presentes en el acto de comer. De ahí que su afirmación de que los alimentos no solamente son buenos para comer, sino “buenos para pensarse”, deja ver que a través de los hábitos alimentarios podemos acceder a los valores y significados que importan a determinada sociedad.
En ese sentido, la mesa se convierte en un laboratorio que permite el estudio de una cultura por medio de sus sabores, ya que tanto los alimentos, su preparación y técnicas empleadas para su consumo como los rituales asociados y demás protocolos culturales establecidos hacen de la alimentación, a grandes rasgos, un entramado perenne de relaciones sociales que dicen mucho del ser humano y de su estar en el mundo. Como asegura Néstor García Canclini, “consumir es participar en un escenario de disputas por aquello que la sociedad produce y por las maneras de usarlo” (1995: 44). Qué mejor lugar que la mesa como escenario óptimo de consumos culturales vinculados con el proceso alimentario.
Después de que los visitantes transitaron por las secciones de Milpa y Mercado, en la Mesa se compartieron tanto objetos que cobran sentido en las cocinas mexicanas y recetas que nos hicieron llegar algunos mexicanos, con las que homenajeaban el sabor de su tradición familiar, como las experiencias de tres espacios de creación de cocina mexicana, materializados en diferentes estrategias museográficas (Figura 1), a saber: Rosalía, cocinera maya; Lalo García, chef y dueño del restaurante Maximo Bristrot, y María Guadalupe Catalina Bautista, dueña de la Fonda Cristy.
Sección temática |
Subtema/Contenido |
Solución de diseño |
Introducción |
Introducción a la exposición. |
Panel con el mapa mundial en el que se destaca la ubicación de México y de Nueva Zelanda. |
Milpa |
Las tres hermanas. Interdependencia del maíz, el frijol y la calabaza. |
Infografía explicativa del desarrollo histórico de la milpa como multicultivo. Datos mundiales de la domesticación y producción del maíz. |
Chinampas en Xochimilco. Cuenta la historia de “Chinampa auténtica” y el proyecto de saneamiento de agua del Cinvestav.8 |
Preguntas y respuestas con cédulas abatibles, o de bisagra (“flip panel”), sobre la escultura de papel maché que evocaba calabacitas con decoración alusiva a los canales de Xochimilco. Juego de tablero análogo con toma de decisiones respecto de la conservación de los canales de Xochimilco, montado sobre la escultura de papel maché que evocaba un frijol. |
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La milpa en Tijuana. Cuenta la historia de la doctora Xiomara Marina Delgado Rodríguez: “Ecoparque viene a ti”. |
Cédula con texto e imagen en un ambiente inmersivo. Para leer esta historia, los visitantes podían acceder al interior de la escultura de papel maché que evocaba una mazorca de maíz. |
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Moojk Kaaky. Cuenta la historia del proyecto Moojk Kaaky (comida a base de maíz) impulsado en la sierra Mixe, en Oaxaca, por Raquel Diego Díaz, Rufina Gutiérrez Martínez y Catalina Vásquez Díaz. |
Cédula con texto e imagen montada sobre la escultura de papel maché de un elote con hoja. |
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Cocina con chapulines. Cuenta la historia del chef Mario Ismael Piñón Melgarejo y su cocina con insectos. |
Infografías montadas en paneles giratorios. Los visitantes podían girarlos para descubrir los datos sobre esta particular cocina. El elemento formaba parte de una de las esculturas de papel maché que evocaba un pimiento. |
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Bancos de semillas comunitarios. Cuenta la historia de los bancos de semillas comunitarios (existen 26 en México), cómo funcionan y su importancia. |
Cédula con texto e imagen como parte de la infografía a muro de las variedades del maíz. |
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Las variedades del maíz. Datos sobre las variedades de maíz que existen en México. |
Infografía a muro con fotografías y datos de las diferentes variedades de maíz. |
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Mercado |
Mercado El 100. Cuenta la historia del proyecto del mismo nombre en la Ciudad de México, el cual impulsa el comercio local. |
Juego interactivo análogo. Ruleta con datos de 12 locales del Mercado El 100, sus productos y su filosofía. |
Los mercados en México. Desde los tianguis de calle, pasando por las centrales de abasto hasta los tianguis rurales. |
Ambientación inmersiva. Los visitantes podían sentirse dentro de un mercado mexicano. Se utilizaron cuatro fotografías de gran formato de distintos mercados, un audio con los sonidos del mercado y cajas olfativas con los aromas de diversos ingredientes. |
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Mesa |
Fonda Cristy. Cuenta la historia de María Guadalupe Catalina Bautista Lagunas, dueña de una de las tradicionales fondas en la Ciudad de México. |
Cédula con texto e imagen. Ambientación de una mesa con utensilios típicos de la cocina mexicana: máquina para hacer tortillas, tortillero, cazuela, jarritos, molcajete y exprimidor de limones. |
Platillos favoritos de algunos mexicanos. |
Fotografías y textos de los platillos favoritos de algunos mexicanos. Mediante una estrategia colaborativa se recogieron los nombres de los platillos, la región de la que provenían y aspectos significativos de quienes los aportaron. Se mostró la fotografía del platillo y también de quienes colaboraron en su preparación. |
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Chef Eduardo García. Cuenta la historia del proyecto Maximo Bistro en la Ciudad de México, de Eduardo García y su esposa, Gabriela López. |
Cédula con texto e imagen. Estrategia colaborativa que invitó a los visitantes a construir su propio platillo fusión inspirados en las propuestas vanguardistas de Eduardo García. |
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Chef Rosalía Chay. Cuenta la historia de esta reconocida chef maya que fue conocida por su participación en la serie Master Chef. |
Cédula con texto e imagen a muro. |
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“De mi rancho a tu cocina.” Cuenta la historia de doña Ángela, cocinera tradicional de Michoacán y youtuber con miles de seguidores en su programa. |
Videos del programa De mi rancho a tu cocina con subtítulos en inglés. |
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Conclusión |
Palabras de las “voces” mexicanas para los neozelandeses y de los visitantes neozelandeses para los mexicanos. |
Infografía con el mapa de México y mensajes que los participantes mexicanos enviaron a los neozelandeses. Al mismo tiempo se trató de un panel participativo en donde los visitantes podían dejar mensajes para las “voces” en México u otras opiniones. |
Figura 1. Temas, contenidos y soluciones de diseño.
Milpa y Mercado como analogías del trabajo realizado en el desarrollo de este proyecto han quedado expuestas líneas arriba, pero para hablar de la experiencia completa se explicitará lo que representó la Mesa en términos del trabajo interdisciplinario.
La Mesa fue, ante todo, la puesta en escena de los múltiples diálogos sostenidos a lo largo del proceso. Poner en común, es decir, sobre la misma mesa, las voces de distintos actores, el trabajo compartido, el intercambio de ideas y dar a conocer a los participantes y relacionarse todos con un mismo fin no fue labor sencilla. Como grupo multidisciplinario, en la mesa se quiso colocar, a modo de saberes y sabores, el conocimiento generado a lo largo de ocho meses de trabajo a tantos kilómetros de distancia, en el que cada una de las partes creadoras, más los invitados que participaron, tenían algo que compartir.
Durante el proceso curatorial, las discusiones acerca de cómo y cuáles insumos y alimentos mostrar, qué dinámicas seguir y cómo conectar con el público neozelandés con un tema sociocultural tan relevante, íntimo y revelador como la cocina de México, fueron cuestiones que todo el tiempo se pensaron en dos sentidos: cuestionamos, primeramente, si lo expuesto realmente retrataría un interesante y acertado recorrido parcial por la comida mexicana y, segundo, cómo el público neozelandés llegaría no sólo a verlo y a obtener una experiencia de ello sino también a internalizarlo como un contenido cultural que ampliara su conocimiento sobre un país tan lejano en espacio y cultura.
En la mesa como espacio de comensalidad se buscó sentar a varios invitados. De ese modo, el equipo interdisciplinar de México y Nueva Zelanda nos convertimos en anfitriones, uniendo las voces de algunos mexicanos y mexicanas de la cotidianidad que, sin ser parte de la academia, compartieron de viva voz su conocimiento y memoria culinaria a través de sus propios proyectos locales, emprendimientos, restaurantes, colectivos o recetas que evocaban tradición, familia y fiesta. Así, ellos fueron otra serie de convidados fundamentales, para que en los tres ejes: Milpa, Mercado y Mesa, se profundizara en algunos aspectos de la cultura alimentaria mexicana.
La mesa, no en el sentido de la exposición, pero sí en el de un trabajo multidisciplinario, buscó equilibrar los contenidos de dichos ejes poniendo atención en el color, las imágenes, los textos, las esculturas y los recursos interactivos para hacer de esta muestra museográfica una experiencia atractiva sensorialmente para los neozelandeses. La confección de las esculturas de papel maché para la sección Milpa, que serían el principal centro de atención, requirió una retadora comunicación que incluyó no solamente temas de diseño sino también de elementos de representación en términos de historia y cultura sobre las narrativas que contendrían y expondrían. Fue así como, a modo de montar la mesa —con mantelería, servilletas y vajilla adecuadas—, el equipo elegía cada día, poniendo a discusión de todos, la salida más pertinente y apta, compartiendo distintos puntos de vista donde convergieron la antropología, el diseño, la museología, la comunicación y el arte en un equilibrio de elementos escultóricos, inmersivos e interactivos que hicieron de la exhibición un recorrido ameno, variado y ágil en cuanto a continentes y contenidos.
Como bien sabemos, “la cocina es un vehículo de sociabilización no sólo de personas, sabores e insumos; sino de formas de pensar y ordenar el mundo, de reglamentar lo que es permitido y lo que no lo es y de estructurar lo que es bueno para comer o malo en una cultura determinada” (Castillo, 2021: 177). En ese sentido, nuestra mesa dejó ver los varios mecanismos relacionales que hicieron posible no sólo dar frutos sino hacer que se conocieran y compartirlos de una manera asistida, pensada y consensuada por un grupo diverso de profesionales.
Como bien afirma Fischler (1995: 371), “comer es pensar” y, en su relación con el mundo, consigo mismo, con los demás individuos y la colectividad, el ser humano tiene una necesidad de pensar su alimentación, de razonarla o de racionalizarla. Fue así como esta exposición nos hizo pensar, por medio de los alimentos, en una clave culinaria lo más apegada posible a la realidad mexicana, pero, al mismo tiempo, lo más accesible a la cultura neozelandesa, donde fue necesario repensar y redimensionar “lo nuestro” desde la voz de los distintos mexicanos involucrados con el fin de que un público extranjero lo aprehendiera.
Desde el punto de vista antropológico, los alimentos son portadores de sentido, y ese sentido les permite producir efectos simbólicos y reales, individuales y sociales, que se utilizan de acuerdo con representaciones y usos que son compartidos por los miembros de una clase, de un grupo o de una cultura (Fischler, 1995: 80). Por ello nos preocupaba que nuestro punto de partida quedara debidamente explicitado en nuestro punto de llegada; es decir, que los esfuerzos y experiencias colectivos anteriores condujeran no sólo a una exposición atractiva sino, durante su creación, a mecanismos para aportar bases sólidas a los procesos museales contemporáneos.
En ese sentido, nuestra mesa final dejó ver variadas viandas interrelacionadas que tuvieron como corolario un trabajo interdisciplinar, intergeneracional e internacional, en husos horarios contrapuestos y en medio de una emergencia sanitaria de escala mundial que paralizó gran parte de la vida, proyectos y trabajos en colectivo. Se debe decir, además, que uno de los grandes aciertos de este proyecto fue la generación de “horizontalidad” como clima de trabajo, lo que, sin duda, marcó un precedente de trabajo en equipo y generó una especial calidez en el ambiente laboral.
Todo ello nos lleva a plantear la importante necesidad de innovar estrategias para que, independientemente de su temática, los contenidos de museos y exposiciones sean, desde sus productores hasta sus destinatarios, cada vez más amigables y cercanos. En ese contexto, es primordial establecer diversos diálogos encaminados a un mejor conocimiento de todas las partes involucradas, tal como proponen Davidson y Pérez (2020).
Antes de concluir, se afirma que, en toda mesa, la creatividad, la innovación y la colaboración que surgen de entornos sociales distantes pueden resultar en experiencias que influyan de manera positiva en sumar mayores audiencias y en tomar en cuenta las dinámicas culturales existentes en distintas partes del globo. Sólo así la pluriculturalidad y los patrimonios podrán ser comprendidos, valorados y difundidos de manera óptima (Castillo, 2020) en las distintas mesas donde queramos poner a disposición de comensales diversos conocimientos que degustar.
Galería 3. Mesa.
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De la milpa a la mesa surgió como una oportunidad para impulsar tanto la agenda del CAPE como los intereses particulares de las líderes del proyecto. Uno de los propósitos fue que los estudiantes de posgrado de las instituciones educativas y jóvenes profesionales participantes adquirieran las habilidades necesarias para desarrollar una exposición sobre la vida y la cultura del México contemporáneo, la cual estaría nutrida por prácticas museales interculturales. Valoramos que ese objetivo se logró con la creación de futuros cuadros profesionales, cuyo conocimiento, experiencia y trabajo formará, en un futuro próximo, a la generación de personas dedicadas a la producción de contenidos museales de este corte.
Otros objetivos se enfocaron en ampliar, en los neozelandeses, el conocimiento y el aprecio por México, incluyendo una mejor comprensión de la historia, cultura, idioma, de los valores y perspectivas de la gente de este país y de su importancia para Nueva Zelanda —y, en ambos países, las ligas que los unen—, así como brindarles confianza para involucrarse con México y construir relaciones duraderas. El cumplimiento de esos objetivos está por evaluarse, ya que durante el periodo expositivo se realizaron algunos ejercicios de estudio de públicos que, si bien no están procesados ni disponibles para consulta todavía, nos darán la posibilidad de conocer el alcance de lo propuesto.
En ese sentido, la exposición fue el vehículo mediante el cual distintos mexicanos y mexicanas hablaron para los y las neozelandese(a)s acerca de sus proyectos personales y profesionales, desde campesinos y campesinas, científicos y científicas, cocineras, cocineros o vendedores y vendedoras, hasta personas comunes que compartieron sus recetas familiares y lo que les significan. Ante las restricciones presupuestales y la imposibilidad de viajes, e incluso de envíos entre regiones, la creatividad derivó en un diseño museográfico basado en un ambiente inmersivo con elementos interactivos.
Llegadas a este punto, reconocemos que De la milpa a la mesa. A Mexican Food Journey también fue un viaje para quienes esto escriben; un recorrido especial que, sin exponer físicamente a los participantes con su traslado, nos permitió no sólo ahondar en las culturas neozelandesa y mexicana sino crear estrategias para comunicar aspectos de la cocina mexicana de una manera cercana y más apegada a la realidad, sin por ello dejar de lado elementos artísticos y de diseño que enriquecieron la exhibición. A miles de kilómetros de distancia, se promovieron encuentros a otra escala y una mejor comprensión entre el equipo, las personas en México que aportaron contenidos y los públicos visitantes.
Ese diálogo transoceánico fue posible gracias a las TIC. Esto no es cosa menor, si se repara en los alcances que la tecnología ofrece para la conducción de propuestas museográficas en las que hay dos o más países involucrados. De la milpa a la mesa constituye un excelente ejemplo del potencial que ello otorga en la creación de contenidos y propuestas, de cara a las exigencias de un mundo globalizado como es nuestro planeta. Este texto, además de ofrecer el camino transitado en De la milpa a la mesa. A Mexican Food Journey en tanto proceso museal, marca un precedente sobre la necesidad de dar cabida a otras formas de organización, planeación y ejecución de exposiciones, que permitan potenciar los contenidos y abrir nuevas formas de trabajo en colectivo basadas en prácticas interculturales.
A todos quienes hicieron posible el desarrollo de la exposición. Alumnos de los cursos Intercultural Museum Practice e Intercultural Museum Project del Programa de Estudios de Museos y Patrimonio (VUW). Al equipo de trabajo liderado por Leticia Pérez Castellanos y Lee Davidson, con la participación de: Krissy O’Connor, María del Carmen Castillo Cisneros, Juliet Cooke, Mariana Palma Narváez, Giselle Yatsiri Varela Vázquez, Stephanie So, Alex Gordon, Jihwan Jeon, Luke Ransfield, Ina Arraoui, Grace Williams, Mafe Isaza Munera, Maddy Jones, Rubén Puertos. A todas las personas en México que contribuyeron con sus contenidos e historias. Al Latin America Centre of Asia-Pacific Excellence (CAPE), por el financiamiento al proyecto y el apoyo brindado siempre. Y a nuestros respectivos programas académicos: Programa de Estudios de Museos y Patrimonio de Te Herenga Waka Victoria University of Wellington (VUW), Nueva Zelanda, y el Posgrado en Estudios y Prácticas Museales de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), México, y a sus directivos y personal que nos apoyó.
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1 Se puede consultar más información sobre la misión, objetivo y proyectos del Latin America Centre of Asia-Pacific Excellence en el enlace: https://latamcape.org.nz/about/mission.
2 Para ello se consideraron los resultados del estudio Public Perceptions of LA (2019), la información derivada de la investigación de Davidson y Pérez (2020) y las propias experiencias y conocimientos de los becarios y estudiantes neozelandeses involucrados en el proyecto sobre México.
3 El rapport es un término usado en psicoterapia que se ha extendido a otros ámbitos, como la educación o el campo laboral. La Asociación Americana de Psicología lo define como “una relación cálida y relajada de entendimiento mutuo, aceptación y compatibilidad comprensiva entre los individuos” (American Psychological Association, s. f.).
4 La distribución de funciones fue uno de los puntos de diferencia más claros entre la forma de trabajo museal de Nueva Zelanda con respecto de la de México. Mientras que allá existen esos roles, aquí esas labores son realizadas generalmente por un museógrafo e, incluso, en parte, por los propios curadores. Reflexionando sobre ello, fue ese tipo de pequeños detalles sobre lo que hubo que tener más claridad, particularmente al momento de la asignación de trabajo.
5 De acuerdo con el diccionario maorí en línea, se trata de una persona mayor respetada en ese grupo indígena originario de Nueva Zelanda (Te Aka, s. f.).
6 Nueva Zelanda ha sido uno de los países con menores casos de contagio y muertes por COVID-19. Las medidas adoptadas por su gobierno, sumamente estrictas al inicio, permitieron que en la segunda etapa del proyecto, cuando comenzó el trabajo en equipo, éste fuera presencial. De la misma forma, aunque no en la fecha prevista inicialmente, fue posible abrir la exposición al público. Un brote de contagios impidió que se realizaran actos masivos. Por tanto, la inauguración de la exposición debió retrasarse. Más información sobre la pandemia en el contexto neozelandés se puede consultar en https://www.globalhealthnow.org/2021-04/new-zealand-response-be-proud.
7 El vocablo comensalidad se refiere, literalmente, a compartir la mesa, y compartir la mesa lleva implícito el repartir los alimentos.
8 Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, México.