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DÍA A DÍA


Patrimonio familiar reubicado pero no por eso olvidado



Patricia Dehesa Barragán | Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, INAH | alpatricia_dehesa_b@encrym.edu.mx


Resumen

Este escrito derivó de un ejercicio académico sobre valoración; ahondé en la importancia de la significación en la conservación-restauración partiendo del caso de estudio de un retrato de don Teodoro Á. Dehesa, gobernador del estado de Veracruz de 1892 a 1911, durante el Porfiriato. A la par, profundicé en su historia de vida y en el vínculo entre ésta y los cambios en la apreciación de la pieza. Tomando la valoración del cuadro como punto de partida, realicé un acercamiento enfocado en su parte inmaterial, es decir, valores y significados atribuidos. Esto es algo distinto de lo que solemos hacer al estudiar el objeto por intervenir e investigar, ya que por lo general nos centramos más en el estado de conservación de su materia que en el de sus valores.

Palabras clave

patrimonio familiar, valoración, retrato, don Teodoro Á. Dehesa.



Especial agradecimiento a Margarita López


Desde que era pequeña mi papá me contaba sobre la colección de su abuelo Raúl —mi bisabuelo—, quien a su vez la había heredado de su padre, don Teodoro Ángel Dehesa, que fue quien la comenzó. Mi bisabuelo la amplió y la fue complementando con otros artículos de su interés: piezas arqueológicas, históricas, paleontológicas, antigüedades, pinturas, esculturas, armaduras, espejos, piezas de plata, libros, etc. Al involucrarse en este acopio el resto de la familia, este acervo, originalmente individual, se transformó durante un tiempo en patrimonio familiar. De esa colección seleccioné un retrato de mi tatarabuelo para llevar a cabo un ejercicio académico en el que identifiqué y analicé los valores que le fueron atribuidos a lo largo de su historia, lo que me llevó a conocer un poco más sobre mi pasado familiar.

Este artículo derivó en algunas reflexiones acerca del fenómeno de patrimonialización, de los cambios en la valoración —de manera individual pero también como parte de la colección a la que perteneció— de un retrato.

A lo largo de los años las personas nos hemos dedicado a recolectar objetos y, así, damos continuidad a ciertas ideas y prácticas que, por un motivo u otro, estimamos dignas de conservar. Esas colecciones, que quizá empezaron modestamente, crecen poco a poco, reflejando nuestros intereses y forma de pensar. Nos dejan ver quiénes somos y de dónde venimos e incluso, en ocasiones, hacia dónde nos dirigimos. Cada artefacto que conforma una colección da forma y presencia al pasado (Ballart, 2007: 50 y 102). De esa manera, mi bisabuelo y tatarabuelo pudieron quedar inmortalizados a través de los objetos que coleccionaron. Entre esas piezas destaco el retrato de mi tatarabuelo, don Teodoro Á. Dehesa, pues fue él quien concentró el primer conjunto de objetos; fue un miembro notable de la familia, de quien mis papás me han contado mucho. Otras de las razones por las que escogí dicho cuadro fue que me tocó verlo en la Preparatoria de Xalapa, además de que existen fotografías en las que el retrato aparece en la casa de mi abuelo Teodoro.

Aunque no me tocó conocer esa colección, pues se había disgregado mucho antes de que yo naciera, supe de ella y sobre quién la comenzó a través de los recuerdos que esa pintura de caballete evocó en mi papá: el retrato permitió un acercamiento indirecto a su persona. Dice Joseph Ballart en su texto El patrimonio histórico y arqueológico: valor y uso, que “el patrimonio que se hereda, es una manera de mantener en contacto en el círculo social familiar, más allá de la muerte, una generación con la siguiente, y eso todo el mundo […] lo ha experimentado en propia carne” (2007: 29). Mediante la materialidad del objeto, el pasado se puede sustentar con algo real, y conocerlo aún más. Los objetos nos permiten tener un acercamiento con el pasado.

Al coleccionar, queremos no sólo preservar la materia e ideas para nuestro coleto sino buscar que lleguen a las futuras generaciones, con la esperanza de que éstas a su vez las resguarden y nos recuerden. Nuestra vivencia e intereses pasan a ser justamente eso: un recuerdo fragmentado por el paso del tiempo. A veces el pasado queda tan borroso que pareciera no tener rostro. De ahí la relevancia de rescatar toda memoria y materia que ayuden a aclarar ese recuerdo. Mediante el retrato del tatarabuelo don Teodoro y la colección a la que se asocia, me di una idea de los objetos que llamaron su atención y tuvieron una especial significación para él y las siguientes generaciones de la familia: sus hijos, su nieto, también para uno de sus bisnietos, Luis Raúl Dehesa —mi papá—, y, por último, para mí, su tataranieta.

Mi papá conoció una parte de la colección familiar, pero no sabe qué piezas pertenecieron a su bisabuelo y cuáles fueron aportaciones posteriores. Desconoce qué tan completa estaba cuando interactuó con ella, pero en una entrevista que le hice recientemente comentó lo siguiente:

Mi abuelo Raúl más bien se enfocaba en la arqueología. Lo que recuerdo de ella era que se trataba de una colección bastante numerosa, y que me enseñó a distinguir de manera muy general qué piezas pertenecían a qué cultura. Labios gruesos de tigre eran de los olmecas. Las caritas sonrientes eran de Veracruz. Lo que más impresión me causó fueron las piezas que tenía de paleontología pero ésas eran contadas (L. R. Dehesa, comunicación personal, 15 de marzo de 2021).

Sus palabras denotan el valor didáctico que llegaron a tener los objetos de la colección, mediante los que aprendía sobre las culturas prehispánicas y aquellos rasgos que caracterizan a sus piezas. Precisamente a partir de los diseños de los objetos, mi padre se apegó a éstos, lo que les dotó a su vez de un valor sentimental.


Figura 1. Retrato de don Teodoro Á. Dehesa. Don Teodoro Á. Dehesa, 1902, Joseph Cusachs (1851-1908), óleo sobre tela, 1.45m x 2.50m (Fotografía: Patricia Barragán Zermeño, 2009).


En cuanto al cuadro seleccionado para este texto, comenzaré por decir que es un retrato de cuerpo completo de don Teodoro Á. Dehesa (1848-1936), para el cual el pintor seleccionó un fondo monocromático que acentúa aún más la importancia del sujeto pintado. El fondo es en tonos azules, de tal forma que genera un efecto brumoso y logra así destacar la figura de don Teodoro, quien fue gobernador de Veracruz por cinco periodos durante el Porfiriato, ejerciendo este cargo desde 1892 hasta 1911 (Segob, s. f.). Se interesó mucho por la educación del estado, por lo que se dedicó a promoverla mediante becas, el crecimiento de las bibliotecas de escuelas y la inversión de dinero para impulsarlas (Sequera, 2010). Además, era apasionado de la historia y el arte, por lo que en 1895 fundó la Academia de Artes de Xalapa (Rodríguez, 2001: 17).

El gobernador Dehesa “reunió colecciones arqueológicas, encomendó a artistas trabajos para el gobierno de Veracruz, compró a otros sus obras […] y tuvo el buen sentido de apoyar a artistas jóvenes, interponiendo sus buenos oficios para que fueran becados a Europa o pensionándolos con los recursos estatales” (Manrique, 2001: 24).

Dehesa fungió como mecenas de múltiples artistas, entre los que destacaron Gonzalo Argüelles Bringas, Ignacio Rosas y Diego Rivera, a quien becó para que estudiara arte en Europa. También encomendó a los jóvenes pintores José Obregón y José Escudero y Espronceda la creación de retratos de gobernantes del estado (Manrique, 2001: 33).

Debo mencionar que, de acuerdo con la bibliografía, don Teodoro Á. Dehesa tenía un gusto por “hacerse retratos”. Joan Bernadeti Aguilar, pintor catalán, ejecutó varios de mi tatarabuelo a lo largo de los años (Manrique, 2001: 33). La pintura de la que trata este texto es otra de las obras que patrocinó don Teodoro. Este cuadro y su pareja —un retrato de Teresa Núñez de Dehesa, su esposa— fueron realizados por el pintor catalán Cusachs en vida del gobernador (Museo de Arte del Estado de Veracruz, 2020). Este par de retratos de cuerpo completo, pese a la formalidad de sus sujetos, fueron creados con el propósito de colocarse en la sala de estar del gobernador para ser exhibidos a familiares y amigos, de ahí que conjeture que desde el momento de su creación se hayan considerado como piezas decorativas con un valor sentimental y como parte del acervo familiar.

Es probable que el amor por el arte, aunado al afán de dejar huella, impulsara en Don Teodoro el deseo por tener su imagen y la de su esposa plasmadas en lienzo para la posteridad. Mediante el retrato se vislumbra parte de su personalidad; en la actualidad el cuadro funciona como un registro que permite un acercamiento parcial sobre quién era el gobernador. A partir de su imagen, es posible identificar que era una persona delgada, imponente, dueña de una expresión seria y solemne, vestida de una manera formal y sobria. En el caso de la pintura de su esposa ocurre algo similar, pues también en éste Cusachs se concentró en destacar al personaje representado: una y otro son el centro de cada composición.

Joseph Cusachs (1851-1908) estudió en París como discípulo de Édouard Detaille. Vino a México en 1901, tras ser invitado por Porfirio Díaz, quien desde antes de ser presidente era muy amigo de don Teodoro. Es probable que fuera él quien presentó a Cusachs y al gobernador. Cusachs se especializó en escenas que reflejaran la vida militar; aquí realizó retratos ecuestres del presidente, cuadros de hechos de armas y retratos de personajes importantes de la época (Ramírez, 2001: 150).

Unos años después, el entonces presidente, don Porfirio Díaz, renunció a su puesto y se exilió. En 1910 comenzó la Revolución mexicana, en aras de cambiar el gobierno y mejorar las condiciones de vida de un gran sector de la población del país. En 1911 don Teodoro presentó su renuncia y dos años después, en 1913, decidió dejar el país, al cual no volvería sino hasta finales de 1920. Se fue junto con su familia a La Habana, Cuba, pero dejó atrás sus posesiones. Su casa y su colección quedaron temporalmente en el abandono (Argüelles, 1990). El cuadro que me ocupa pasó por un momento de descarte, entiéndase por ello un periodo durante el cual la pieza dejó de formar parte de “un sistema conductual” (Schiffer, 1990: 84).

Para su familia, en especial su esposa e hija, quienes regresaron a Xalapa en octubre de 1915, el cuadro contó con valor sentimental, pues era un vínculo con don Teodoro, quien permanecía en el exilio. Les servía, entonces, para recordarlo y, de cierta forma, mantenerlo cerca. El retrato fue una pieza conmemorativa. Incluso pudo tener valor didáctico, al permitir a las siguientes generaciones conocer a ese antepasado familiar mediante la pintura (Argüelles, 1990).


Figura 2. A la izquierda, mi bisabuelo Raúl junto con su esposa, Emma, sentados en la sala de casa de mi abuelo Teodoro; al fondo puede verse parte del retrato de don Teodoro, el mismo que se observa completo en la imagen de la derecha (Fotografías cortesía de la familia Dehesa).


Tras la muerte de don Teodoro, Raúl Dehesa, el segundo de sus hijos, heredó el cuadro junto con muchas otras piezas. Ese retrato decoraba, a la vez que fue importante para sus descendientes, ya que hacía posible recordar el rol que don Teodoro jugó como figura no sólo pública sino también familiar. De ahí que durante una temporada el cuadro estuvo expuesto en la sala de la casa de mi abuelo, junto con otras pinturas, como puede observarse en la figura 2.

Sin embargo, la familia se enfrentó a una situación económica complicada, por lo que para pagar deudas se recurrió, entre otras cosas, a vender algunos objetos de la colección. Si bien esto solucionó los problemas económicos, conllevó la disgregación del acervo de don Teodoro.

El patrimonio es un sistema complejo que depende totalmente de las personas como grupo e individuos; para su reconocimiento intervienen muchos factores impredecibles e incontrolables. Como tal podría abordarse desde la teoría del caos presentada por Michael Crichton en su novela El mundo perdido. En ella se habla de sistemas complejos autoorganizativos que, en esa condición, son capaces de adaptarse para “sobrevivir”. Buscan “alcanzar un equilibrio entre la necesidad de orden y la imperiosa obligación de cambio” (2018: 19). De ahí que la valoración y reinterpretación del patrimonio esté sujeta a su interacción con los individuos que lo conocen y se identifican con él, lo que deriva en que tanto una pieza como su valor estén sujetos constantemente a cambios, conforme se modifican las ideas y circunstancias de las personas con las que se relacionan los objetos.

Es fundamental comprender que se da un constante replanteamiento y valoración de aquello que nos rodea y consideramos significativo o especial. El patrimonio es dinámico; está en continuo cambio, de la mano de los intereses de las personas y de la sociedad. El patrimonio familiar no es la excepción, se enfrenta continuamente a la posibilidad de ver sus valores ampliados o transformados.

Mi papá dice: “las obras de arte siempre formaron parte de mi cotidianidad. Jugaba junto a ellas, me escondía cerca de ellas […] Nunca lo percibí como algo ajeno a la familia. Más bien resentí su pérdida cuando se vendió, extrañaba los cuadros y las piezas que dejaron espacios y estantes vacíos” (L. R. Dehesa, comunicación personal, 15 de marzo de 2021).

El retrato de don Teodoro Á. Dehesa y otros objetos se reubicaron y revalorizaron. Por otra parte, muchas de las piezas que había en esa casa se vendieron. Luis Raúl Dehesa me dijo que, cuando era niño, “no se comentaba mucho con respecto a la colección. Se hacía una mayor mención de su valor monetario, pero no había una apreciación cultural de ella” (L. R. Dehesa, comunicación personal, 15 de marzo de 2021). A partir de su aseveración, se refuerza lo antes comentado: se recurrió a la colección como una fuente económica. Como bien menciona Ballart, un legado se va pasando de una generación a otra y, junto con éste, también conocimiento y una colección con valor económico (2007: 69). Se priorizaron las necesidades, mientras que los aspectos estéticos, artísticos, históricos, didácticos, incluso sentimentales, pasaron a segundo plano.


Figura 3. El gobernador don Teodoro, mi tatarabuelo; mi bisabuelo Raúl, y mi abuelo Teodoro (Fotografía cortesía de la familia Dehesa).


Sin embargo, no todos los miembros de la familia percibían los objetos como bienes comercializables, o por lo menos no veían de esa forma todas las piezas de la colección; algunos objetos seguían valorándose, sólo que ahora de manera distinta. Mi papá me mencionó que, pese a ser muy chico en ese entonces, “tenía la impresión de medio vivir [sic] en un museo, por la cantidad de piezas que había en casa de mis papás” (L. R. Dehesa, comunicación personal, 15 de marzo de 2021).

A diferencia de otras piezas, el cuadro de Cusachs fue donado por mi abuelo al Colegio Preparatorio de Xalapa. Éste se apreciaba como objeto artístico y como documento histórico —una pieza museable—, más que como parte esencial de la colección, que ya se encontraba bastante incompleta. Esto no significa que ya no se reconociera su valor sentimental, sino que se dio más peso a otros valores: el histórico y el artístico. Mediante la resignificación, ese retrato pudo trascender y la imagen de don Teodoro se transformó de una figura perteneciente exclusivamente al ámbito familiar a ser reconocida como personaje histórico por un público general.

Cuando el retrato de mi tatarabuelo llegó al Colegio Preparatorio de Xalapa, pasó a formar parte de su acervo; entonces la obra se valoró, analizó y contempló desde una perspectiva totalmente diferente. Se dotó de nuevas apreciaciones y significados. Como indica Néstor García Canclini: “Repensar el patrimonio exige deshacer la red de conceptos en que se halla envuelto” (1999: 16). Eventualmente se ubicó en el paraninfo de ese colegio por el apoyo directo que Dehesa le dio a esa institución y por su vínculo con el desarrollo de la educación veracruzana. Con la reubicación del retrato se dio una reinterpretación que, mediante la resignificación, siguió vigente. Se reconoció el papel del personaje como funcionario público, figura política y mecenas del Colegio.

El cuadro se mandó restaurar en 2002, hecho que denota la importancia que tenía para el Colegio Preparatorio: la pieza fue considerada parte de su patrimonio y por ello se buscó conservarla. El cuadro fue valorado por la comunidad escolar por representar a un personaje que formó parte de su historia, tanto así que continúa expuesto en una de las paredes del paraninfo de la Preparatoria.

Mi primer contacto con la pieza ocurrió en 2009, cuando fui a Xalapa con mis papás; entonces me tocó conocer tanto el retrato como parte de la historia de mi antepasado. Por mi papá me enteré de que el gobernador había jugado un papel importante en el fomento de la cultura y la educación en Veracruz, de manera especial en Xalapa. Para mí, este retrato no sólo representa a uno de mis ancestros; lo veo como una suerte de documento histórico que representa a un personaje importante, alguien que ayudó al desarrollo de la educación del estado de Veracruz, entre otras acciones, mediante el otorgamiento de becas. Este cuadro fue para mí en ese entonces testimonio de mi ascendencia familiar. Hoy permanece en mi memoria como testigo de ese momento de vínculo con mi papá y el pasado familiar que tenemos en común; por eso le atribuyo un valor principalmente sentimental.

A través de la valoración pude reconstruir la historia de esa obra, su recorrido en el tiempo desde su creación hasta la actualidad. Al conocer su valoración, comprendí la evolución y la transformación —en atributos, cualidades, significados— que tuvo para personas de distintas generaciones. Incluso me di cuenta de cómo la apreciación y la valoración que atribuía al retrato fue cambiando ante mis propios ojos conforme más aprendía sobre ella y sobre las personas con las que estuvo vinculado. Mi visión se amplió y ahora veo en torno del cuadro un panorama más complejo; de ahí que hoy pueda abordarlo desde diferentes perspectivas.

Al estudiar los cambios en la apreciación de este cuadro, advertí que la historia particular de ese retrato está vinculada en todo momento con uno o más individuos y con la valoración y la perspectiva que se tiene de él. Esos agentes están en constante cambio, están al “borde del caos” (Crichton, 2018: 19), alternan entre la permanencia, la transformación y la desaparición, lo que implica que los valores atribuidos al retrato se replantean y/o se reemplazan por otros a lo largo de su historia de vida.


Figura 4. Historia de vida y valores del retrato de don Teodoro Á. Dehesa (Ilustración: Patricia Dehesa).


Producto de este trabajo de valoración, la perspectiva que mi papá tenía del cuadro también se transformó. Aún siente cierta nostalgia al recordar la colección que una vez fuera de su abuelo, la cual desempeñó un papel importante durante su infancia. Pero ahora aprecia el cuadro desde otro enfoque. Asimismo se modificó la percepción que tenía de los objetos de la colección.

Mi apreciación de los objetos de la colección cambió. Lo que en un principio no llegas a valorar más que como meros objetos de curiosidad, ya de mayor lo llegas a valorar como herencia familiar. La pieza que ocupó un lugar en tu familia, aparte de ser un ancestro tuyo en el árbol genealógico, también fue una pieza importante en el estado de Veracruz y de tu país. Deja de ser uno más de los cuadros y retratos que había en la colección de mi abuelo para tener un lugar especial (L. R. Dehesa, comunicación personal, 15 de marzo de 2021).

Hoy en día el retrato del gobernador Dehesa representa a un personaje que durante su gobierno en Veracruz tuvo un papel importante en la historia del estado; de ahí que se le atribuya un valor histórico. Luego, el retrato en sí mismo, sin considerar a quién representa, cuenta a su vez con valor artístico e histórico. Este cuadro lo produjo un artista importante de la época. Fue realizado durante la temporada que Cusachs pasó en México, tiempo en que ya no se limitaba a realizar cuadros de batallas sino que pintaba retratos de personajes importantes (Real Academia de la Historia, 2018).

Mediante el análisis de la valoración de este cuadro, realicé una breve investigación acerca de la colección con la que estaba vinculado. A la vez, me fue posible desenterrar fragmentos de la historia de ese objeto. Poco a poco fui descubriendo nueva información, pequeños detalles que dieron un giro total tanto de la valoración planteada como de mi punto de vista. Fue un proceso enriquecedor, lleno de suspenso y de giros, a veces predecibles y en ocasiones inesperados.

Desde la restauración considero que fue muy importante dedicarme tan a fondo a la valoración e historia de vida de esta pieza, ya que, al restaurar, una suele centrarse más en la parte material y es fácil dejar de lado o hacer menos a la parte inmaterial. No siempre se la tiene tan presente ni se profundiza tanto en ella. No se dedica tanto tiempo a su análisis.


Referencias

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Crichton, M. (2018). El mundo perdido. Debolsillo.

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Ramírez, F. (2001). Los artistas y el poder. En Museo de Arte del Estado de Veracruz (pp. 149-168). Fomento Cultural Banamex/Instituto Veracruzano de Cultura-Gobierno del Estado de Veracruz.

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Rodríguez, I. (2001). Una introducción como recuerdo. En Museo de Arte del Estado de Veracruz (pp. 17-22). Fomento Cultural Banamex/Instituto Veracruzano de Cultura-Gobierno del Estado de Veracruz.

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Segob. (s. f.). Teodoro Á. Dehesa Méndez. Recuperado de https://www.segobver.gob.mx/juridico/gobernadores/39B.pdf, consultado el 25 de febrero de 2020.

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Imagen en portada

Retrato de don Teodoro Á. Dehesa (Fotografía cortesía de la familia Dehesa).


Cómo citar esta contribución

Dehesa Barragán, P. (2021). Patrimonio familiar reubicado pero no por eso olvidado. Archivo Churubusco, 5(7). https://archivochurubusco.encrym.edu.mx/02/03.html